Viajar sin compañía

No me gusta viajar solo. Al menos no todo el viaje, puedo empezar acompañado, disfrutar del placer de compartir paisajes, museos, cocinas típicas, pero en un momento dado prefiero la soledad, viajar sin compañía. Es un rasgo que reconozco resulta extraño, incluso inquietante. He comenzado viajes con acompañantes que me fascinaban y sin embargo al cabo de un par días algo parecía romperse. Bastaba una sonrisa algo menos sincera, una falta de atención a mis comentarios o simplemente una broma a destiempo de mi acompañante, para que de repente ya deseara estar solo. Un deseo intenso, violento, a menudo incontrolable.

Y esto me ha ocurrido con independencia de la belleza del viaje. Hace tres años aquel recorrido en coche desde Nueva York hasta Toronto prometía abarcar todas las bondades de un road-trip. Me acompañaba Sandra, a quien había conocido unos días antes en un restaurante en el que trabajaba en Harlem, en la Quinta Avenida junto a la Estatua a Duke Ellington. Sandra no conocía Toronto, ni las cataratas del Niágara, un plan irresistible. La idea surgió durante uno de nuestros paseos por Central Park y no tardamos en organizarlo todo. Aprovechamos el fin de semana del Día del Trabajo, todavía hacía un calor húmedo y sofocante en ese septiembre neoyorquino.

Sandra llegó a la estación de autobuses antes que yo, con una puntualidad excesiva que primero me sorprendió, para después irritarme poco a poco. ¿Quién era ella para establecer los tiempos de este viaje? Los tiempos en los viajes son importantes, casi vitales diría yo, determinan cómo se disfrutan, cómo se viven.

El trayecto en dirección norte, hacia el upstate Nueva York se convirtió en algo incómodo, el calor parecía traspasar las paredes del autobús y hacerse agobiante. Nos esperaban seis horas de viaje, no podía soportar la idea.

Para cuando llegamos a Bighamton ya había decidido que el trayecto hasta Toronto debía realizarlo en soledad. Las expectativas que había puesto en ese viaje eran demasiado altas , demasiado ambiciosas como para compartirlas con una acompañante que me resultaba puntillosa y cuya conversación apenas escuchaba ya. Bighamton no es la pequeña ciudad que yo tenía idealizada de mis lecturas de las novelas de Richard Russo, lo cual fue una ventaja para solucionar mi incómoda compañía. Así que Sandra desapareció. No entraré a más detalles, por otro lado algo sórdidos para ser mencionados y que solo importunarían el recuerdo de lo que a continuación fue un viaje perfecto. Las cataratas del Niágara con su poderío natural y su majestuosidad me parecieron una visita esencial, incluso a pesar de los turistas. Toronto sin embargo me resultó como una réplica a escala de Nueva York, por no hablar claro del bochorno con el que el lago Ontario envuelve a la ciudad. Pero en su conjunto fue un gran viaje, aunque muy a mi pesar, resultara en viajar sin compañía.

La verdad es que no sé por qué he recordado ese viaje Nueva York – Toronto, aquí en la cubierta del ferry que me lleva de Helsinki a Tallín. Estos últimos seis días, desde que llegamos a San Petersburgo, han sido agradables, casi felices diría yo. Laura ha sido una acompañante impecable, interesada por el pasado de la ciudad imperial rusa, mostrándose culta, pero sin pedantería. Me agrada su compañía, me permite compartir mis observaciones sobre la ciudad, sobre sus habitantes y costumbres.
Si acaso me pareció fuera de lugar su comentario ayer sobre la poca variedad arquitectónica de Helsinki. Me preocupa que el resto de nuestro recorrido, Tallín primero y después Estocolmo, se vea afectado por sus opiniones excesivamente tajantes.

He salido a cubierta para que el frío viento del Mar Báltico me aclare un poco las ideas. El trayecto en este ferry, el moderno Megastar, apenas dura dos horas y media. Si quiero tomar una decisión, si quiero viajar sin compañía, no debo dudar.

Una caída al mar por la borda es quizá un recurso torpe. Mejor esperar a nuestra llegada a Tallín, allí visitaremos la isla de Naissaar, un sitio remoto que estoy deseando conocer. Sí, esa es una mucho mejor solución. Hasta entonces tengo algo de tiempo para valorar si me estoy precipitando, si merece la pena darle una oportunidad a Laura, o si es mejor viajar sin compañía.

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