Señoras y señores pasajeros, bienvenidos al vuelo de EasyJet con destino ¿a dónde? ¿Dónde soñamos con viajar cuando termine esta pesadilla, una pesadilla que parece interminable, que incluso nos cuesta recordar cuándo empezamos a vivir, y que, sin embargo, hemos soportado desde hace poco más de un mes?

En las dos últimas semanas en particular, he pasado más tiempo de lo normal mirándome al espejo (y eso que una es presumida). Cual madrastra malvada, no paro de preguntarle a los muchos reflejos retro que rebotan de mis paredes (soy una fanática del look Mid-century), espejito, espejito, ¿Cuándo podré volver a la pelu para teñirme las canas? Espejito, espejito ¿Volveré a degustar el sushi panko de mi restaurante japonés favorito de Edimburgo, Yamato? Espejito, espejito ¿Alguna posibilidad de irme de copas a Glasgow en los próximos meses? ¿Espejito, oh espejito ¿me estoy volviendo loca, poco a poco, poco a poco?

 

Un dia glorioso en Edimburgo

 

Lo más probable es que me esté volviendo loca poco a poco, poco a poco (¡quién dice que no lo estuviese antes del coronavirus!), pero he encontrado consuelo al darme cuenta de que esta locura, no solo es transitoria, sino necesaria. Hace falta que nos volvamos locos. Funciona a nuestro favor que seamos excéntricos y un poco raritos. Es un mecanismo de supervivencia que nos permite sobrellevar este momento (y no es más que un momento) con los tintes de tragicomedia que se merece. Por cierto, hablando de tinte…
Mi grupo favorito desde la adolescencia ha sido R.E.M.. Por supuesto que, a lo largo de casi cuatro décadas, he tenido otros tantos devaneos musicales, algunos duraderos y dignos de los que presumir (country y folk rock americano, Neil Young forever), otros efímeros y un tanto bochornosos (Grunge, excluyendo a Mudhoney, y Britpop, excluyendo a Pulp, qué falta de amor propio). Una vez leí en una biografía de Michael Stipe, el cantante de R.E.M., que en un momento de locura se había teñido el pelo con mostaza. Así fue como un buen día de 1992, compré un bote de salsa de mostaza, me embadurné el pelo con todo el contenido de la botella, y esperé una hora con excitación. Una pena no haber tenido internet a principios de los 90 para haberme enterado de que es el *aceite de mostaza* con el que se puede teñir todo tipo de superficies y tejidos, incluso cabello humano, pero cuidado con tocar el cuero cabelludo. Ouchy, que decimos por estos lares. Me parece también necesario recalcar que Michael Stipe se quedó calvo hace décadas.

 

Viajes virtuales de la cuarentena (II) - Diarios de la cuarentena

A lo peor, le pego al patxaran casero

 

En estas últimas semanas, mi suscripción a Netflix, Prime, YouTube y Spotify (no tengo canales de TV) me está saliendo pero que muy rentable, la verdad. Ah, casi me olvido de que también tengo BBC iPlayer, pero hoy en día, quién se acuerda de esto (este chiste solo tiene gracia en el Reino Unido). Hace unos días decidí aunar coraje y volver a ver A Quiet Place (Un lugar tranquilo) en Netflix. Soy una gran fan de esta película por varias razones. En primer lugar, está dirigida y protagonizada por John Krasinsky, un chico majísimo y super guapetón, que, sin ser el mejor intérprete del mundo, es justo el tipo de actor que necesitamos en estos momentos; una suerte de Jimmy Stewart menor para la era del coronavirus. Krasinsky tiene también un vlog en YouTube, Some Good News, al que merece la pena acudir en momentos de desesperación y locura. En segundo lugar, la protagonista femenina es nada mejor que la mujer de Krasinsky, Emily Blunt, una chica pija de Londres que ha llegado a lo más alto del olimpo de Hollywood con esa mezcla de excentricidad y glamour que tiene un grupo selecto de británicas que han conseguido saltar el charco con éxito. Esta recopilación de YouTube de los mejores momentos de Blunt y Krasinski en el show de Graham Norton le aúpa el animo a cualquiera (que hable inglés, por supuesto, lo entiendo). En último lugar, ¿Qué puede ser lo más horrible que pueda pasar durante esta cuarentena en comparación a una película cuya premisa es la cuasi disolución del mundo a causa de unas criaturas cazadoras y extra sensibles al ruido?

 

mi oficina retro

 

Un lugar tranquilo contiene una tierna escena en la que la pareja baila al ritmo de la canción Harvest Moon de Neil Young. La ironía es que empieza en completo silencio, hasta el momento en el que Blunt le pone uno de sus auriculares a Krasinsky, y de repente, la voz de Neil Young estalla en estéreo como una canción en una verbena de verano. Recuerdo perfectamente que cuando vi la película en el cine, exclamé shhhhh de puro miedo.
Otra película que he vuelto a disfrutar ha sido Secretary, una de mis cintas favoritas de principios de este siglo, y con dos actores de calidad, Maggie Gyllenhaal y James Spader. Es una premisa un tanto peligrosa en la era del #metoo; una joven con serios problemas psicológicos se convierte en la secretaria de un abogado con el que se adentra en una relación sadomasoquista. A lo largo de la película se explora lo que significa esta relación para la protagonista, cómo le ayuda a superar sus patologías, y cómo en realidad ella, a la que se supone dominada, es en realidad la que lleva las riendas de la relación, en la que a Mr. Grey no le queda más remedio que acoplarse, en última instancia, a los deseos de Lee, nuestra heroína (que lo es). No puedo ser la única persona que piense que la execrable saga de las Cincuenta sombras de Grey tuvo que inspirarse, consciente o inconscientemente, en el relato breve del mismo nombre en el que se basa Secretary, de la escritora estadounidense Mary Gaitskill, publicado a finales de los 80.

 

Viajes virtuales de la cuarentena (II) - Diarios de la cuarentena

mi sala de cine y lectura, bar de copas, restaurante, etc

 

También hay en Secretary una escena al ritmo de una canción del gran Leonard Cohen, I’m Your Man, que encuentro conmovedora por los recuerdos que trae a mi memoria. Cuando era pequeña, mi hermano y yo éramos grandes admiradores de este cantautor feúcho, pero magnético. No conocía aún sus devaneos románticos, su gran estatura como amante en contraste con su, a menudo, escasa estatura emocional, su ingenuidad, que le costó la mayoría de su fortuna, y le obligó a volver a salir a los escenarios en el invierno de su vida. Lo único que conocía era su voz y su prosa. No me arrepiento de saber lo que sé de Leonard Cohen hoy en día, pero algunas veces me gustaría volver a ser esa niña que veía una actuación en televisión de aquel abuelo con sombrero, flanqueado por una pelirroja y una negra, y pensaba “guau, qué tipo”.

¿Qué tengo pensado ver en los próximos días? Gracias a recordar que tengo iPlayer, he visto que la trilogía de Indiana Jones (sí, sé que hay una cuarta, pero no, no) está disponible hasta el mes que viene. No sé vosotros, pero a mí me apetece sobremanera pasar unas cuantas horas de cine en compañía de Harry Ford y su látigo. De manera que me despido hasta la próxima, y espero que muy pronto podamos mirarnos al espejo y darnos cuenta de que, con canas o sin ellas, somos todos unos campeones. Ánimo, y si no, ya sabéis, aceite de mostaza.

 

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Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

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