CONFINAMIENTO: “Reclusión de personas dentro de límites, o reclusión a una residencia obligatoria.”
LIBERTAD: “1- Facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable. 2- Estado o condición de la persona que es libre, que no está en la cárcel ni sometida a la voluntad de otro, ni está constreñida por una obligación, deber, disciplina, etc”.
Acaban de finalizar las vacaciones de Semana Santa. En algún momento cercano que ya parece muy lejano, allá en tiempos pre-coronavirus; y con la total seguridad de quien cree que algunas cosas son inamovibles, nos visualizábamos, claro, viajando: viviendo alguna experiencia, en algún lugar, en nuestra autocaravana, disfrutando de lo que ahora se contempla, con añoranza, como “libertad”. También estábamos, allá en esos mismos tiempos, planeando un viaje estival, lejano, exótico, con vuelos, horarios, planes, mapas, búsquedas, ideas.
Lo que llegó, en cambio, fue algo muy pequeñito, pero tan poderoso, que provocó algo que casi ni imaginábamos que fuese posible: detener el mundo; o, al menos, una parte del mundo. Pararnos. Pausarnos. Y ahora, inmersos en esta nueva realidad, no puedo menos que preguntarme el significado que esas dos palabras más arriba definidas, aparentemente tan contrapuestas, han cobrado para nosotros, aquí, en nuestra “residencia obligatoria”, en esa que, voluntariamente, en su día elegimos.
Confinamiento. Aislamiento. Distancia social. Todos estos términos, supuestamente, definen la realidad que vivimos en estas semanas. Lo que ocurre es que esto, a nosotros, nos pilla con ventaja. O digamos, también, que veníamos ya con mucha práctica, porque un poco, o mucho, ya lo teníamos.
Pertenezco al pequeño porcentaje de población que vive en la España rural, ésa en la que, aunque suele sonar muy idílica, la realidad es que muy poca gente quiere vivir de modo habitual. Ésa que se contempla, quizá, como destino de fin de semana o de vacaciones. Ésa en la que, no pocas veces, me han preguntado: “Pero…¿qué haces aquí durante la semana?” “¿No os aburrís y/o agobiáis?” ¿No os sentís un poco…aislados?”
Ésa que se ha convertido, de pronto, inesperadamente, en territorio deseado, soñado, casi envidiado.
Y es que, sin duda, hay muchos y muy distintos confinamientos.
Sí; en este territorio, la distancia social, y la cercanía de lo natural, es, ni más ni menos, lo cotidiano. La diferencia, y es una gran diferencia, es que ahora nos hemos encontrado con un tiempo de pausa, de paréntesis, para vivirlo de un modo aún más intenso, más profundo, y para así, quizá, descubrir su verdadero significado.
A pesar del innegable reto de compaginar teletrabajo, obligaciones domésticas, crianza, convivencia intensiva; prevalece, sin duda, y con fuerza, la sensación de privilegio. De agradecimiento. Por estar juntos. Por estar bien. Sanos. Por pertenecer a esa parte afortunada que no vive el lado más crudo, los héroes de esta situación (personal sanitario, trabajadores de supermercados, repartidores… A los que agradecemos y aplaudimos con el alma.). O a los que les tocó enfermar o ver enfermar a seres queridos.
Agradecimiento por tener jardín. Aire. Verde. Por vivir en la montaña. Naturaleza a la puerta de casa. El aislamiento, aquí, significa “horizonte”.
Agradecimiento hacia nuestros dos amigos de cuatro patas que nos acompañan, y que han reforzado, aún más si cabe, el hecho de ser otro miembro más de nuestra pequeña familia. Que nos miran, a su vez, agradecidos, sorprendidos sin duda por esta inesperada convivencia intensiva. Siempre fieles.
Y es que, aunque ya disfrutáramos de este lugar que conscientes elegimos, lo cierto que ahora ha cobrado una nueva dimensión. Porque vivimos en la Naturaleza, sí, pero un poco también en los trajines de lo que nos ha, en mayor o menor grado, absorbido, eso que llamamos “vida moderna”. Y esta impuesta pausa, nos redescubre todo bajo otro prisma. Pausa de ir y venir. Pausa de horarios. De días marcados. De prisas. De ciertas expectativas. De ciertas obligaciones. De desplazamientos, ¡de muchos desplazamientos!. De ciertos tener que, o tenemos que.
Así que…un momento…a ver… : “No estar constreñidos (o tan constreñidos) por una obligación, deber, disciplina, etc”…¿Puede estarse aproximando esto a la libertad? En plenos tiempos de confinamiento…gran paradoja, sin duda.
En medio de todos los retos, de dificultades, (que en suma suponen nuevos aprendizajes); y de no poder evitar que algo nos cale la incertidumbre o tensión general; elegimos, la mayoría de las veces, quedarnos, en cambio, con los regalos. Con todos esos pequeños grandes regalos, en forma de instantes, que estamos recibiendo.
El inesperado placer de la lentitud, del mayor sosiego, de conexión con ritmos y tiempos de la naturaleza casi olvidados. Ser espectadores y protagonistas de estos momentos. Y es que la Naturaleza se encarga de recordarnos que, aunque parezcamos confinados en un día sin fin que se repite, nada más lejos de la realidad: pues nada en ella es jamás igual.
Observar cada día los nuevos brotes de hojitas del abedul, y del lilo del jardín, y de las flores que plantamos, y esperar con paciencia y emoción la apertura de sus primeros pétalos.
Recibir las primeras golondrinas, admirarnos de sus acrobáticos vuelos, y desayunar entretenidos con sus ires y venires en el cielo sobre nuestras cabezas.
Descubrir qué partes del jardín les gusta frecuentar, y a qué hora, a los colirrojos, a los carboneros, a los herrerillos, a las lavanderas. Y hasta ¡que una pareja de jilgueros esté pensando ahora mismo la posibilidad de anidar en nuestro peral!. Y sentirlos como nuestros pequeños amigos, otros compañeros en este confinamiento.
Cocinar mucho, lento y rico. Hacer pan. Sin máquina de pan. Sin prisa. Amasar. Y contemplar embelesados la masa subiendo al calor del horno, y transformarse no en algo cualquiera, sino en “nuestro pan”.
Y las ventanas, ah las ventanas. Las ventanas se han convertido en mágicas atalayas del mundo. En pausadas asomadas a la Naturaleza. En observatorio ornitológico, en lugar de relajación, en escaparate de formas de nubes. En rincones de lectura sin prisas, en horizonte al hayedo que se nos ofrece a la vista y donde brota, cada día; una, dos, tres, cuatro, o muchas, manchas verdes: otro árbol que se suma a la primavera.
Plantar el huerto. Y planearlo, y hasta dibujarlo. Segar la hierba. Cortar la leña que teníamos almacenada, y nunca encontrábamos momento. Entre otras varias tareas rurales que hacemos con gusto, ahora más que nunca, profundamente agradecidos del espacio, del aire, de las vistas.
Encontrar mil y un tesoros en el prado del al lado, el cotidiano espacio de expansión anexo a casa, con nuestros perros. Estaba al lado, contiguo, sí, pero… ¿de verdad lo conocíamos?. Pasábamos por él, sí, pero ¿alguna vez lo habíamos mirado y recorrido con auténtica atención? Ahora, se ha convertido en nuestro laboratorio de la primavera, en un sinfín de experiencias del presente que la naturaleza se encarga de recordarnos que cambia cada día, casi cada instante. Antaño, cruzábamos estos lugares contiguos a casa deprisa, ocupados, quizá, de paso a otros lugares. Este año, en cambio, hemos descubierto aquí las primeras flores, primero los narcisos, poco a poco las prímulas, las violetas, las flores del rosal silvestre, la primera orquídea. Lo hemos pisado con nieve, con sol, con lluvia, con arco iris -porque en estas tierras altas todo eso “se estila” en primavera- y, algún día ¡oh, sorpresa!, descubierto que bajo nuestros pies había muchas setas. Claro que conocíamos su existencia, sí, pero no solíamos encontrar momento de agacharnos, con paciencia, porque nuestros pasos nos llevaban más lejos, o con más prisa. Y las setas nos han regalado su sabor a primavera, adornando revueltos y guisos, con su aroma a tierra fresca y a lluvia, y regalándonos, también, ese gusto ancestral de comer lo recolectado. Y no han sido los únicos descubrimientos vegetales, no…otras humildes olvidadas de nuestro jardín también han llegado a nuestros platos…las ortigas primaverales, esos brotes de la puerta de casa, otras veces despreciados, esta vez han ido aterrizando en sopas, en tortillas, y claro, también en mágicas pociones primaverales elaboradas por nuestra pequeña hada de la primavera.
Jugar largo y tendido a juegos de mesa, desempolvar algunos olvidados, hacer manualidades, y muchos experimentos…
Y, también, a veces, no hacer nada; o no necesitar hacer, encontrar que no siempre es necesario “ser productivos”, encontrar (a ratos, porque para esto, ¡aún tenemos mucho que desaprender!), que podemos simplemente SER. Sin duda ayuda tener en casa a nuestra pequeña maestra del presente, que en esta pausa encuentra inspiraciones sin fin. Los niños, aquellos con los que ahora todos se admiran de su resiliencia. Aquellos que a muchos ha sorprendido su inesperado estado de aceptación. Incluso, de más calma y ejemplo para muchos adultos. Y es que, partiendo de la base de que hay muchos confinamientos y circunstancias distintos, y que el movimiento y la Naturaleza son una necesidad básica de los niños; ¿acaso nadie se había planteado que, por desgracia, demasiados niños ya vivían, antes de este confinamiento, vidas demasiado poco libres, con demasiados horarios, exigencias, multiactividad, y poca presencia?
“Facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable”. Otra frase que cobra, bajo mi punto de vista, máximo significado en estos tiempos. Quizá es momento de entender que todas nuestras decisiones sobre qué comemos, qué vestimos, qué compramos y dónde, cuánto y cómo viajamos, cuánta energía consumimos, todo esto tiene una repercusión. Por primera vez, muchos humanos nos sentimos muy pequeñitos ante la Naturaleza, descubrimos, y debiéramos hacerlo con humildad, que somos muy vulnerables, que somos frágiles, y sin duda no imprescindibles. ¿Olvidaremos esta lección? Estos días, observo que las redes de productores locales cobran más importancia que nunca, que cada vez más personas valoran su importancia, y se replantean sus modos de consumir. Una oportunidad para descubrir que no necesitábamos tanto. Que podemos comprar cada muchos más días. Que comprar lo cercano y a los pequeños productores es menos arriesgado y sabe mucho mejor que lo de las grandes superficies. Que no nos hemos ido de vacaciones ahora y que probablemente las siguientes y más lejanas tampoco se nos logren esta vez. Y que sin embargo hemos sido felices con otras cosas. Y que, de paso, nos ha hecho repensar el modo en que queremos viajar. Que ya lo pensábamos, pero que ahora lo vamos a pensar más. Con más conciencia. Con más respeto. Con más sosiego.
Hemos visto que en esta fragilidad, y en circunstancias duras, aflora muchas veces lo mejor de las personas- lo peor, por desgracia, a veces también; pero prefiero quedarme con lo positivo, que he visto florecer en muy variadas formas: creación de redes de solidaridad, de iniciativas de ayuda mutua, de asociarnos por el bien común, de sentirnos cerca de quien queremos, a pesar de la distancia física; de empatizar con quienes ni siquiera conocemos. Todo esto nos hace replantearnos cuál era nuestra “normalidad”, y si deseamos volver a ella sin más. En esta primavera distinta a cualquier otra; en esta primavera que parece que quiere manifestarse con inusitada fuerza, Naturaleza cansada a la que hemos dado un pequeño respiro. Ojalá, cuando todos puedan volver a ella, a sus árboles ya frondosos, los nidos con sus crías, las flores en su esplendor, valoremos como sociedad eso que ahora se añora, y entendamos que no podemos dejar de ser Naturaleza; que su ausencia nos priva de una parte sustancial a nosotros. Como los abrazos que nos faltan, que nos emocionamos pensando cuando vuelvan, y a la vez nos hacen valorar aún más los que sí tenemos.
“La vida,- dijo John Lennon-, “ es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes”. Durante este tiempo, como nos fueron arrebatados los planes, hemos probado a vivir, sin más, eso que pasa. Y pasa mucho. Tanto, que diríamos que hemos hecho, que estamos haciendo, un pequeño gran viaje, sin salir de viaje. Y no queremos que se nos olvide. Y tengo la certeza de que no lo hará-que este viaje primaveral viaja ya para siempre en nuestra mochila.
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