Fecha última actualización 27/02/2024 por El Viajero Accidental
Se une a nosotros una nueva viajera accidental… Carmen del Río, que es una apasionada por los viajes y por la lectura. Debuta con un artículo en el que nos cuenta cómo pasó cinco días en la localidad francesa de Chamonix. Estando a 15 km de Suiza, a 15 km de Italia y a los pies del Mont Blanc. E incluyendo una visita al CERN: la Organización Europea para la investigación Nuclear.
Difícil imaginar cuando leí Ángeles y Demonios, que algún día estaría delante del acelerador de partículas, que recorre, de manera circular, 27 km bajo tierra en la frontera Franco-Suiza. Se encuentra cerca de Ginebra, en las entrañas de la tierra. Si tengo que ser sincera confesaré que pensé que al autor de la novela se le había ido un poco la mano al describir un laboratorio bajo tierra en el cual buscaban la “partícula de Dios” para explicar la creación del universo, sin embargo tomando una cerveza con dos colegas de trabajo me vi inmersa en un viaje a Suiza en el cual visité el CERN.
Una amiga, compañera de trabajo, tiene la suerte de ser pariente de una física que trabaja en el CERN. Y lo que es mejor, que tiene un maravilloso apartamento en Chamonix (Francia) al que invita a la familia. Mi amiga y su marido, habían visitado esta zona en varias ocasiones y tomando un aperitivo nos comentó que volvían a irse de vacaciones. Entonces cometimos el atrevimiento de pedirle que nos llevaran y sonó la flauta…
Así fue como aterrizamos en Ginebra cinco incautos dispuestos a pasarlo bien.
Chamonix es una localidad muy turística, muy cuidada y enclavada a los pies del Mont Blanc.
A mediados del siglo XVIII unos avezados montañistas coronaron el Mont Blanc. Ahora podemos disfrutar de casi tocarlo con las manos si cogemos el teleférico de L’Aiguille du Midi (La Aguja del Mediodía). Desde el centro de Chamonix podemos ascender en teleférico a una altura de 3482 metros, por 60 euros (i/v). Disfrutaremos durante 20 minutos de unas maravillosas vistas a los Alpes suizos, franceses e italianos. Este viaje se hace en dos tramos, a 2.310 metros debemos bajarnos de la cabina del teleférico, a la altura del mirador Par l’aiguille. Luego retomaremos el tramo final de la subida en una cabina diferente.
Hay que tener suerte para escoger el día en el cual emprender la subida al teleférico. Nosotros fuimos a Chamonix dos años consecutivos. El primer año subimos y quedamos maravillados, a pesar de tener un día horrible.
El teleférico nos encantó a todos, especialmente al marido de una de nosotras… al llegar la cabina arriba, antes de terminar el recorrido, debe encajarse en la roca y con el susto su mujer se abrazó a él de forma arrolladora. Qué efectos tan positivos tiene el miedo… ¡El amor es bello en el Mont Blanc!
A nuestra vuelta contamos, maravillados, lo bonito que fue subir al Mont Blanc.
Al año siguiente sí tuvimos suerte. Amaneció un día soleadísimo, por lo que nos decidimos a emprender de nuevo la aventura, otra vez nos subimos al teleférico y esta vez sí que pudimos ver el paisaje de verdad.
En el primer viaje a Chamonix, orientados por nuestros anfitriones, una de las excursiones que hicimos fue para visitar el glaciar más largo de Francia, La Mer de Glace (el mar de hielo). En el centro de la localidad pudimos coger un pequeño tren de cremallera para trasladarnos a la estación de Montenvers, donde finaliza la lengua del glaciar. Este tren es precioso, fue inaugurado a principios del siglo XIX. Comunica el pueblo de Chamonix y el glaciar en 20 minutos. La tarifa es de 31,5 € el viaje de i/v de un adulto.
Impacta ver un glaciar, comprendiendo que su masa se desplaza cada año unos 100 metros. Cuentan que en el siglo XVIII el glaciar descendió hasta el pueblo pero el cambio climático hace que cada año disminuya su tamaño.
Pocos paisajes impactan tanto, pero pronto aprenderíamos que es difícil encontrar un paisaje que no impresione en la frontera Franco-Suiza.
No vayáis a creeros que en la zona sólo podemos contemplar hielo, nieve y glaciares. A pocos kilómetros de Chamonix, estando todavía en La France, podemos visitar Annecy, la capital de la Alta Saboya. Quedamos impresionados, es como estar en un libro de cuentos infantiles. Las casas son preciosas, las calles están llenas de flores y tiene puentecillos que cruzan sus canales. Quizá todos hayamos oído hablar de Brujas, en Bélgica, pero Annecy le hace la competencia. Es una localidad enclavada en un entorno increíble entre lagos y montañas. Por ello fue seleccionada como candidata de Francia a los juegos olímpicos de invierno de 2018, aunque cayó derrotada ante la ciudad surcoreana de Pyeonchang. Si vais con tiempo podéis disfrutar de muchas actividades en su lago, Lac d’Annecy.
Nosotros tuvimos una suerte estupenda, en nuestra visita pudimos contemplar una fiesta popular, con mercadillo. Y pudimos asistir a un concierto en la calle de cuernos alpinos, alphorn, que es un instrumento de viento típico de la zona.
Annecy está situada en una posición estratégica entre Francia, Suiza e Italia.
Y ¿cómo íbamos a volver a casa sin conocer alguna localidad italiana de la zona? Nos habían recomendado recorrer en coche el valle de Aosta y allá fuimos. Después de circular en coche por una carretera con unas buenas curvas y unos cuantos túneles, que no impiden disfrutar de una belleza paisajística maravillosa, llegamos a Stressa, localidad italiana a orillas del lago Maggiori. La ciudad está llena de lujosas edificaciones, muchos hoteles o mansiones son majestuosos y con jardines espectaculares. Quizá os suene la familia Borromeo… allí tiene una casita.
La dimensión de los lagos centroeuropeos me causó una gran impresión. Yo siempre me consideré una afortunada por vivir en una ciudad con mar y me daba cierta “pena” la gente que no podía disfrutar de ese privilegio. Pero comprobé, una vez más, que la ignorancia es atrevida. El día que contemplé las olas del lago Maggiori batiendo contra el muelle de Stressa me dio la risa, y no solo a mí sino también al resto del grupo.
El lago Maggiori tiene tres islas espectaculares que se pueden visitar: Isola Bella, Isola Pescatori e Isola Madre. No fuimos porque ese día estábamos programados para ver el valle de Aosta y el horario de visitas estaba fuera de las posibilidades. Deberíamos esperar un año para visitarlas, pero eso os lo cuento otro día.
Lo importante aún estaba por suceder. Habíamos conseguido unas entradas para visitar el LHC (el gran colisionador de hadrones) del CERN. Sólo se puede hacer en período de descanso del acelerador de partículas. Hoy en día el CERN es una atracción turística más. Cuando queramos visitarlo debemos informarnos sobre si el acelerador está en pleno funcionamiento o parado, ello condicionará lo que podamos ver. Si está funcionando es imposible acceder al túnel por razones de seguridad. Cuando realizan trabajos de mantenimiento podemos contemplar el espectáculo bajo tierra.
Si no conoces el CERN señalaremos que existe un conjunto de edificios, cerca de Ginebra, con más de 3000 personas trabajando. Podemos acceder caminando o cogiendo el metro. Aunque estas instalaciones son dignas de visitar, teníamos entradas para acceder al gran acelerador de partículas, nuestra visita era subterránea. El LHC es un anillo de 27 kilómetros de circunferencia ubicado a 100 metros bajo tierra en la frontera franco suiza.
Nos dirigimos a una de las entradas que hay en territorio francés. A lo largo de la carretera vas encontrando señales de tráfico con el número de entrada por la cual vas a acceder. Cuando llegas hay un aparcamiento, dejas ahí tu vehículo y un pequeño autobús va recogiendo a los visitantes.
Para quien se imagine que las distintas entradas estropearon el paisaje de la zona, nada más lejos de la realidad.
Al llegar los trabajadores del CERN y voluntarios, te sellan la credencial que logramos conseguir por Internet, tecleando una y otra vez en la página web del CERN, dada la gran demanda internacional de entradas para esos días. Después te proporcionan un casco y te guían por el recinto. Lo que sobrecoge es meterse en un ascensor y comenzar a descender a 100 metros bajo tierra.
Nuestro grupo no está compuesto por científicos pero escuchamos como si entendiéramos aquellos tecnicismos en inglés.
Al salir, ya que estábamos en jornadas de puertas abiertas, nos encontramos con diferentes carpas con exposiciones didácticas y en una de ellas nos mostraban experimentos, algunos de ellos con ratones… eso sí, ratones peculiares.
Al finalizar la visita algo me quedó clarísimo: las cifras de inversiones, los experimentos en marcha, resultados ya obtenidos y los que están por venir… son apabullantes. Eso sí, no consiguieron quitarnos el apetito así que nos encaminamos a un bistró.
Después de un paseiño, nos volvimos a Chamonix. Se nos habían acabado las vacaciones, les devolvimos las llaves a nuestros anfitriones que nos sorprendieron ampliando la invitación para el siguiente año. Pero eso os lo contaré otro día, ahora tengo que coger un avión de vuelta a casa…
Au revoire. Arrivederci.
Si quieres leer mi reseña sobre Angeles y demonios, puedes hacerlo aquí:
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Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”.
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