Fecha última actualización 07/07/2020 por El Viajero Accidental

Cuando era pequeña y llegaba el día, todo olía a Semana Santa. El Domingo de Ramos era el día del estreno, de la ramita en la ventana, del inicio de la aventura esperada cada año. Ya había hecho su aparición la primera luna llena de la primavera. Ésa era la señal. Sevilla, perfumada de azahar y jazmín estaba dispuesta. Los balcones engalanados, los puestos de incienso por los rincones de la ciudad, las torrijas en los escaparates de las confiterías y la espera, la ansiada espera.

Y amanecía un Jueves Santo más. Desde temprano, impregnaba la casa el aroma a torrijas recién hechas por mi madre y más tarde, a tortillitas de bacalao y a potaje de garbanzos. Por la tarde había que descansar porque esa noche nos acostábamos muy tarde. Íbamos a ver a la Macarena, nos llevaba la tita como cada año. Y en torno a las 11 de la noche, ya sentada con mi hermana en el bordillo delante de la frutería de Felisa, en la calle Resolana, llegaba la más dulce de las esperas. Esa en la que mis cinco sentidos eran capaces de experimentar al unísono, con todos ellos sincronizados, las mágicas sensaciones de la noche más esperada del año. Y de esta forma los OLORES: a azahar, incienso y cera; los SABORES: a canela de torrija y caramelo de nazareno; los SONIDOS: de banda de música, de bambalina chocando con varales, de racheo de costaleros, llamador y martillo; la VISTA: de multitud de hileras cónicas verdes y moradas iluminando el camino aprendido y deseado desde la primavera pasada, del movimiento y el compás de la Sentencia a ritmo de Centuria romana y de la Esperanza, acompañada incondicionalmente por el Carmen de Salteras (la banda de música que acompaña habitualmente a la Macarena); y de TACTO: de sensación de cercanía de miles de corazones en un mismo lugar que latían al mismo son. Viernes Santo, madrugada, ya se acercan los ciriales de la Esperanza Macarena.

Primavera 2020. Amaneció otro Jueves Santo. El aroma de lo que queda de azahar se cuela fugitivo por nuestras ventanas, antes de que las cerremos tras el aplauso de las 20 h. Y este año también tuve el sabor a torrijas y a garbanzos con bacalao. Y el sonido, pero esta vez de banda de música enlatada. Y la visión, pero en mi televisor en diferido de la Semana Santa del año pasado… Y en esta mezcla de sensaciones incompletas y frustradas, primaba el deseo inmenso de que todo esto fuera un sueño, una pesadilla, una película de esas que por mucho que te agobien, acaban en hora y media. Pero no era así, en la realidad que nos mantenía en casa no había multitudes, ni incienso, ni costaleros, ni caramelos de nazarenos, ni bambalinas rozando varales, ni cera, ni martillo, ni cirial, ni cruz de guía, ni pétalos desde balcones, ni lamento de saeta, ni siquiera La Valiente (nombre que le dieron a la Virgen de la Estrella en la Semana Santa de 1932 por ser la única imagen que procesionó a pesar de las revueltas que se produjeron en esa época) se paseó por Triana… Pero descubrí algo que sí lo envolvía todo y era real, muy real: la Esperanza y la certeza de que el próximo año lo viviríamos todo con más ganas, con más intensidad y habiendo salido de esto más fuertes, solidarios y habiendo aprendido que lo más importante de todo simplemente es estar.

 

 

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