Pensar en Málaga es pensar en sus playas, en la Costa del Sol. Nos imaginamos sentados en un chiringuito con los pies tocando la arena, comiendo uno de sus famosos espetos de sardinas mientras contemplamos el mar. Una imagen fantástica, pero Málaga es mucho más que sol y playa. El interior de la provincia está llena de paisajes increíbles, pueblos pintorescos y un enorme patrimonio histórico. Además, su capital es una ciudad vibrante, llena de vida, con calles llenas de gente y culturalmente muy activa, con un sin fin de museos para todos los gustos y atracciones turísticas que van desde el teatro romano al Gibralfaro, pasando por la Alcazaba.

La idea de este viaje era una escapada corta en el mes de noviembre a un lugar no muy frío. Cuando lo planeamos, solo un par de semanas antes, las lluvias habían caído de forma torrencial y arrasado alguna zona, y aunque el pronóstico del tiempo no era mucho mejor, creímos que merecería la pena, y así fue.

La primera parada fue Ronda. Siempre habíamos oído hablar de ella, de lo bonita que era, y, cómo no, del “Tajo de Ronda”. Pero no solo es bonita, es impresionante. Está situada en un alto rocoso, haciendo que la ciudad quede flanqueada por el oeste por acantilados de unos cien metros de altura. Además el Rio Guadalevín ha ido formando un cañón/desfiladero de esa misma altura que divide la ciudad en zona vieja y nueva. Las casas se encuentran al borde de sus paredes verticales desafiando la gravedad, no aptas para personas con vértigo. Con estas características no es de extrañar que esté hermanada con Cuenca. Las vistas tanto desde la ciudad hacia el valle y las sierras como las de la propia ciudad son impresionantes.

El paso de distintos pueblos han dejado huellas que aún conserva como parte de las murallas del siglo XIII, los baños árabes, varios palacios de distintas épocas, como el de Mondragón o el del Rey Moro o la plaza de toros más antigua. Todo en un enclave de calles adoquinadas y casas encaladas, típicas del sur de Andalucía.

Murallas de Ronda

Una visita imprescindible, avalada por su peculiar belleza y por ser una de las ciudades más visitada de Andalucía.

Tras dejar Ronda, y siguiendo un consejo que nos habían dado el día anterior, nos dirigimos al Parque Natural Sierra de Grazalema, con la idea de poder visitar la Cueva del Gato y sobre todo la de la Pileta. Por culpa de los destrozos de las lluvias de las semanas anteriores y de las que nos estaban cayendo en ese momento, la del Gato tan solo la pudimos ver desde lejos. El acceso estaba destrozado e impracticable, al igual que el tránsito por varias carreteras. Una lástima por la importancia de la misma y porque de la boca de la cueva sale un torrente de agua. Por suerte pudimos llegar a Benaoján y desde allí a la cueva de la Pileta, todo un descubrimiento y una sorpresa.

La visita a la cueva de la Pileta se hace con guía, no está iluminada, así que a cada uno nos dieron unos candiles para seguir la ruta. A los pocos metros de comenzar, te empiezas a encontrar distintas formaciones, sobre todo estalactitas y estalagmitas, pero con lo que no contábamos era que al mismo ritmo que aparecían estas formaciones iban apareciendo pinturas rupestres de distintas periodos. Caballos pintados de color ocre de más de 20.000 años de antigüedad, cabras y ciervos en color rojo de la siguiente etapa o las más recientes, del neolítico, en negro del carbón y con figuras más esquemáticas como calendarios y símbolos de fertilidad sin dejar de lado los peces y resto de zooformas. Y todas conviviendo y respetándose milenio tras milenio. La evolución del ser humano en una sola gruta. Imposible no reflexionar sobre esa transformación. Y no solo eso, a cada paso aparecían distintos restos de la vida en la cueva, la roca ennegrecida por las chimeneas naturales tras siglos de hogueras, restos de cerámicas encontradas en lagos de agua potable, la primera lámpara datada de la península (usando como base una concha), o música, sí música, porque en esta cueva se encontraron dos instrumentos musicales, algo único teniendo en cuenta la época de la que hablamos. Una flauta que está en el museo de Málaga y otro que es inamovible, una formación de la propia cueva. Tubos huecos en columnas verticales posicionados a modo de órgano, que con sus diferentes grosores y golpeados emiten notas musicales de más graves a más agudas, causando una fascinación que ni los Beatles pudieron resistir y acabaron grabando.

Y pensar que hasta esta visita no había visto nunca pinturas rupestres o sentido la evolución del ser humano me parece increíble. Lo que tiene seguir consejos de quien conoce…

Después de esta experiencia y de comer estupendamente en Benaoján, seguimos ruta hacia Setenil de las Bodegas, dando un pequeño rodeo para poder visitar las ruinas de Acinipo.

En Acinipo damos un paso hacia adelante en la historia y nos encontramos con los restos arqueológicos de un asentamiento romano, destacando su teatro, que aún se conserva parte en pie, y sus gradas, que aprovechan el propio desnivel del terreno. Además también conserva restos de la muralla o las antiguas Termas. La ubicación del yacimiento nos permite observar todas las dehesas y olivares de la comarca.

De Setenil de las Bodegas tenéis que saber que no pertenece a Málaga, sino a Cádiz, pero está a solo 6km de la provincia de Málaga, y teniendo en cuenta lo curioso y pintoresco de este pueblo no podíamos ni dejar de visitarlo ni dejar de contarlo. Una de las definiciones que la RAE da para pintoresco es: “Dicho de algo como un país, una escena, un tipo o una costumbre: Que presenta una imagen peculiar”, y eso es Setenil. Un pueblo con su castillo (Nazarí del s.XIII) en lo alto, hasta ahí todo normal, la forma de bajada de sus calles, a modo de niveles ya empiezan a ser especiales, pero lo más especial es la simbiosis de sus calles con la roca. Utilizando los salientes como tejados y como paredes de las casas se crea esa imagen peculiar y única, llegando a su esplendor en calles como Herrería, del Sol o la Sombra, en la que la roca incluso forma parte del techo de la calle.

Setenil de las Bodegas

Y de ahí a Málaga, que utilizamos como centro de operaciones, y que como os dije al principio, es una ciudad llena de vida, entretenimiento, historia, cultura y abierta a las últimas tendencias. No os voy a hablar de la ciudad porque creo que necesita un artículo solo para ella, pero sí deciros que debéis de conocerla y disfrutarla.

Empezamos un nuevo día dirigiéndonos a Antequera, una ciudad dominada por su Alcazaba, y el discurrir de sus calles llenas de colegiatas, conventos y palacios. Pero nuestro destino real no era la ciudad en sí, sin desmerecer, sino el patrimonio de la UNESCO que tiene esta comarca.

Parte de este patrimonio lo conforman los Dólmenes de Antequera, que a pesar de ser muy poco conocidos, son una auténtica maravilla de la ingeniería de la Prehistoria. Este conjunto arqueológico fue declarado patrimonio de la Humanidad en 2016, y aunque ya eran patrimonio nacional su proyección era escasa.

Siguiendo el recorrido marcado, el primer dolmen que nos encontramos es el de Viera, de más de 4.500 años es el mediano de los tres, un ejemplo perfecto de construcción megalítica e ideal para abrir boca, porque el siguiente en visitarse es el domen de Menga. Cerca de mil años más antiguo, con una altura de la cámara de unos 3,5 metros y 6 de ancho es único por sus dimensiones siendo el más grande de Europa. En él aparecen elementos arquitectónicos muy poco frecuentes que refuerzan su singularidad, 3 pilares en el centro de la cámara y su orientación hacia un elemento natural, la Peña de los Enamorados (un gran peñón con la forma del perfil de una cara), en vez de hacia elementos celestes. Dentro parece imposible que hace más de cinco milenios y medio fuesen capaces de realizar una obra tan colosal con una planificación tan exhaustiva, teniendo que mover losas de más de 150 toneladas y colocándolas con suma precisión; lo dicho, una obra de ingeniería.

Para entender mejor el proceso de construcción del dolmen de Menga y el esfuerzo descomunal que implicó os recomiendo ver el video que se proyecta en el centro de visitantes.

Por último, a menos de cinco minutos en coche, nos espera el Tholos del Romeral, el más joven, con tan solo 4.000 años, pero no por ello menos espectacular. Su modo de construcción mediterránea, con pequeñas hileras de piedras apiladas, nos depara dos cámaras interiores circulares con falsas cúpulas. Su orientación, al igual que el de Menga, se sale de lo habitual, dirigiendo su entrada la sierra del Torcal.

Os aseguro que la visita a este complejo arqueológico no os dejará indiferentes, sobre todo si sois capaces de imaginar el empeño y determinación que supuso para aquellas personas que lo crearon. Lo que ya sí que no os puedo asegurar es que salgáis con el “subidón prehistórico” que salí, sobre todo después de haber estado en la cueva de la Pileta.

Siguiendo la orientación del Tholos del Romeral nos fuimos a un paraje más que singular, salido de otro planeta, la Sierra del Torcal. Sus rocas han sido erosionadas a lo largo de millones de años formando un paisaje kárstico increíble. Se han ido transformando en figuras imposibles y caprichosas que en ocasiones desafían a la gravedad con puntos de equilibrio mínimos. Hay varias rutas señalizadas para disfrutar de este lugar, entre ellas la de los ammonites (fósiles marinos de forma espiral). Debido a la lluvia, la niebla y a las condiciones del terreno nos tuvimos que conformar con hacer la ruta más corta, y menos mal, porque cuando la acabamos la niebla se había hecho tan densa que el Torcal había desaparecido. Pese a todo mereció la pena ya que gracias a estas condiciones no había nadie y pudimos disfrutar del silencio rotundo, del eco de nuestras voces, el vuelo de las águilas o las cabras montesas salvajes. Un lugar al que sin duda volveré.

El último día lo pasamos por la comarca de la Axarquía. De entre sus pueblos decidimos visitar Frigiliana, de origen mudéjar y considerado uno de los más bonitos de Málaga. Situado en una ladera, y con sus casas encaladas, hacen que al irse acercando te deslumbre (el hecho de que llevásemos varios días sin ver el sol y saliese justo en el momento de llegar también ayudó). Su casco histórico mejora la visita, con calles empedradas y estrechas y escalinatas engalanadas con plantas. Un sito agradable y tranquilo donde evadirse paseando.

A 15 minutos en coche nos encontramos con un imprescindible de esta zona: las cuevas de Nerja, y como tal reservamos una visita guiada. Nada más llegar parece que entras en un parque de atracciones, con aparcamientos, cafetería, incluso foto recordatorio en el acceso, todo preparado para recibir más de 2.000 visitantes en un día de temporada alta. Y no solo el exterior, el recorrido por el interior de la cueva, abierta al público en los años 60, está completamente cementado, lo que hace que las primeras impresiones no sean las de una visita a un entorno natural.

Una vez superada esta primera toma de contacto y con el privilegio de soledad que da viajar en noviembre nos sumergirnos de lleno en las entrañas de la tierra. Como si nos hubiésemos metido en la cabeza de Julio Verne mientras escribía “Viaje al Centro de la Tierra” o colado en los decorados de la película se van abriendo cavidades de una inmensidad “in crescendo”, llenas de estalactitas, estalagmitas de dimensiones gigantescas y de todas las formaciones que la naturaleza puede crear gota a gota. Para que os hagáis una idea del tamaño de este mundo subterráneo deciros que en el se encuentra una columna de libro Guinnness de los récords por su envergadura, de más de treinta metros de alto y un diámetro de aproximadamente 18 metros, un coloso dentro de otro coloso. Cómo dice el refrán, la realidad supera a la ficción. Pero esta cueva no solo es espectacular geológicamente, también arqueológicamente, al estar llena de vestigios que ha ido dejado el hombre a lo largo de miles de años y que siguen siendo estudiados por su importancia. Y aún más, la rama de la biología también despunta, entre toda la fauna que habita la cueva se encuentran dos especies endémicas. Un entorno vivo y único en el que queda mucho por descubrir.

Para finalizar el viaje, qué mejor modo que con un clásico de la Costa del Sol, compatible a la perfección con todo lo vivido y para dejarnos, si cabe, un mejor sabor de boca. Una comida en una terraza contemplando el Mediterráneo.

Un viaje muy corto para ver todo lo que tiene que ofrecer esta zona del Sur. Se nos quedó en el tintero conocer pueblos, del interior y de la costa, sus playas, sus entornos naturales y rutas únicas como el Caminito del Rey. Sin lugar a duda volveré.

Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

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