Fecha última actualización 25/02/2023 por El Viajero Accidental

Llegamos al final de nuestro viaje por Bretaña y Normandía, que os he ido contado por etapas. Ha pasado una semana desde nuestra llegada y comenzamos nuestra última jornada por estas tierras.

El sábado, nuestro octavo día por Francia en este recorrido, antes de partir dimos un nuevo paseo por Honfleur, por su puerto y por sus calles, incluido el mercadillo que montan ese día, dónde pueden verse a la venta todo tipo de “frutos del mar” y frutas y verduras que parecen colocadas y preparadas para pintar un bodegón.

Y una vez visto Honfleur, cogimos de nuevo carretera, atravesamos el Puente de Normandía, sobre el estuario del Sena, una impresionante obra de ingeniería contemporánea inaugurado en el año 1995, y nos dirigimos a Etretat.

Nunca había oído hablar de Etretat y en los días previos ninguno había comentado nada sobre ese destino. Si antes de comenzar el viaje me hubieran preguntado qué lugar es el que te hace más ilusión conocer, sin lugar a dudas hubiera respondido que Mont-Saint-Michel. Y tiene su explicación: cuando paseaba por la calle Real de mi ciudad, me paraba en el escaparate del “Bazar de Pepe” (hoy ya no existe) a contemplar sus láminas, porque solían tener fotos de faros, una de mis debilidades. Siempre que había alguna vista de Mont-Saint-Michel, rodeado de mar, pensaba que un día tenía que ir a conocer ese lugar. Sin embargo, si me hubieran preguntado a la vuelta qué es lo que más me impresionó tendría serias dudas… Etretat me resultó fascinante. Cuando salí del vehículo, al mirar al mar, a la izquierda me encontré el arco “Porte d’Aval” también conocido como el “ojo de la aguja”, que se apoya sobre la pared rocosa, me quedé impresionada. Y eso que os aseguro que conociendo la Playa de las Catedrales, en la mariña lucense, estamos acostumbrados a este tipo de trabajos realizados por el mar y la erosión. La Porte d’Aval es una arcada de sílex, que ha ido siendo cavada por las olas, y la aguja tiene unos 70 metros de altura. Y al cambiar la vista a la derecha el arco de la “Falaise d´Amont”, que según el escritor Guy de Maupassant se asemeja a un elefante metiendo la trompa en el agua ¡Los acantilados normandos sorprenden!

El tono del mar, la luz que hay, el color de la roca, es algo que te queda grabado de repente. Me encantó.

Una vez que disfrutamos de la vista de todo ello desde arriba, empezamos la ruta contemplando la Chapelle de Notre-Dame de la Garde, que data originalmente de mediados del siglo XIX, y para cuya construcción fueron los marineros de la zona quienes acarrearon los materiales hasta este magnífico enclave. Fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial y se construyó una nueva capilla que se inauguró en 1950.

Etretat en Normandía

 

Nuestra intención era seguir el recorrido por el camino que parte de la capilla y que permite contemplar los acantilados desde arriba, cuando de repente descubrimos una escalinata de piedra y madera que descendía hacia la playa, y que después de agacharte para atravesar un túnel excavado en la roca y bajar de espaldas al mar una escalera de hierro totalmente vertical, te permite llegar a la arena y contemplar los acantilados desde abajo… sin palabras!. Las vistas hacia uno y otro lado, y si miras hacia arriba, la verticalidad de los acantilados normandos, resultan impresionantes.

Bajando por los acantilados de Etretat

 

De estos acantilados normandos se dice que son los gemelos de los acantilados de Dover, en la costa británica, y que ello es la prueba irrefutable de que el Canal de la Mancha separó dos tierras que nacieron unidas.

Hicimos el recorrido por la playa, de guijarros pulidos por la erosión del mar, que protegen la costa frente al oleaje, hasta el pueblo. Como veréis en alguna de las fotos hubo tramos en los que tuvimos que pasar dándonos prisa para que el agua no nos alcanzara pues estaba subiendo la marea. Ello fue posible gracias a que uno de los compañeros de viaje, deshizo el camino subiendo de nuevo por las escaleras y llevando el coche para recogernos en el pueblo, y os aseguro que fue de agradecer porque la experiencia de ir caminando al pie de semejantes acantilados normandos, con el mar al lado… no tiene precio.

Etretat es una localidad de la Alta Normandía, perteneciente al departamento Sena Marítimo y situada en la costa de Pays de Caux, en la zona también conocida como la costa de alabastro. Tiene un largo dique-paseo que sirve de protección frente a las fuertes mareas, y son características sus casas de tejado de pizarra.

Y como teníamos ganas de ver más acantilados normandos, siguiendo en la misma costa, nos fuimos a conocer los de Fécamp. La ciudad de Fécamp, otrora el puerto más importante de Francia, hoy en día está clasificada como ciudad de arte e historia y vive en gran parte del turismo, si bien la pesca de altura y costera sigue manteniendo sus tradicionales industrias conserveras. En nuestro caso nos centramos en contemplar su puerto y los acantilados, que con una altura de 116 metros son los más altos de Normandía, y desde fuera vimos el palacio de la destilería Bénédictine, que es uno de los lugares más visitados.

 

Después de pasear por Fécamp y contemplar el mar y la actividad en torno a él, partimos ya con destino a Rouen, nuestra última visita en este viaje. Esta ciudad es la capital de la región de Normandía y del departamento de Sena Marítimo. Se encuentra al noroeste de Francia y la cruza el Sena. En el margen derecho encontramos barrios medievales, con calles estrechas en las que descubrimos desde casas sencillas con tejados y entramados en sus paredes, hasta nobles edificios de piedra, pasando por iglesias góticas con bonitas vidrieras y distintos museos. Sin embargo en la orilla izquierda se sitúa la ciudad moderna, dedicada a las fábricas y los comercios, favorecida por su estratégica ubicación. Es destacable también la actividad de su puerto fluvial. Cuando llegas a Rouen y ves cómo se extienden sus industrias a lo largo de kilómetros en esta orilla, no entiendes de dónde viene el sobrenombre de “ciudad-museo” con el que se conoce según la completa guía que utilizábamos para elegir visitas.

Una vez que atraviesas el río y te adentras en la otra zona, no te quedan dudas, y entiendes también por qué se conoce como “la Ciudad de los Cien Campanarios”. Es una ciudad que va sorprendiendo más y más según paseas por ella, con una sensación de mucha vida. Nuestro recorrido lo iniciamos en la Rue Cauchoise, dónde teníamos nuestro hotel, del que nos quedaremos sólo con la buena ubicación (a 100 metros de la plaza del Viejo Mercado y a 10 minutos caminando de la Catedral de Notre Dame). Primero nos dirigimos a la Rue du Gros-Horloge, la calle peatonal que une la Catedral con la Plaza del Viejo Mercado, y que es el eje principal del centro histórico, para conocer el Gran Reloj, construido en 1389. Una calle repleta de gente y con casas de los siglos XIV al XVIII, con tejados de madera, y en la que se pasa por debajo del arco rebajado del Gros-Horloge. Este arco fue construido entre 1527 y 1529 en el lugar de una puerta. El reloj está decorado con figuras alegóricas que representan los días y las fases lunares. Al lado se eleva el torreón, gótico, construido entre 1389 y 1398, conocido como “El Beffroi”, y que acoge el mecanismo del reloj y tres campanas, dos de finales del siglo XIV y la tercera de 1905.

Siguiendo la calle nos dirigimos a la Catedral de Notre Dame, cuya fachada principal es un muestrario de los diferentes estilos desde que empieza a construirse en el siglo XI, hasta que se finaliza en el siglo XVI, por lo que combina elementos románicos y otros propios del gótico flamígero. Se construyó sobre las ruinas de un templo destrozado por un incendio, y fue restaurado tras los saqueos de la Revolución y los destrozos de la II Guerra Mundial. En nuestro caso la parte inferior de la fachada principal la vimos con andamios y lonas porque estaban haciendo labores de mantenimiento, circunstancia que intentamos obviar en las fotos. Está flanqueada por dos torres que reflejan tres fases distintas en su construcción y que muestran una asimetría total, que la hace muy interesante. La que vemos a la izquierda cuando nos situamos frente a ella, Tour St-Romain, empieza siendo románica en su base, gótica en la parte media y flamígera en la superior. La torre que está a la derecha, siguiendo en la fachada principal, es la Tour de Beurre, fue construida entre 1485 y 1506, una vez que ya se había construido la anterior, que se finalizó en 1477. En el lateral derecho de la catedral se levanta la Torre del Crucero, terminada en torno al año 1500 con una imponente aguja, rehecha en fundición en el siglo XIX. Esta aguja altísima y delgada sirve de referencia visual para situarse en torno al casco urbano.

Paseando desde aquí llegamos hasta la iglesia de St-Maclou, del gótico flamígero, en cuyos alrededores encontramos casas de entramado de madera y a su izquierda la Rue Martainville, flanqueada por casas de los siglos XVII y XVIII. Es agradable pasear por estas calles, algunas de ellas muy estrechas y contemplar sus casas.

Y aprovechando la última luz del día fuimos a visitar la Plaza del Viejo Mercado, donde conviven casas de los siglos XVI-XVIII con modernas arquitecturas. Fue reconstruida en los años 70 y la presencia de un mercado cubierto confirma su tradicional vocación, si bien también en mi opinión sirve como muestra de que en todos los lugares somos capaces de hacer “feísmo” constructivo, porque no encaja nada en ese entorno. Quizá sorprende más porque tanto en Bretaña como en Normandía, nos llamó la atención cómo se guarda la armonía en las construcciones.

En esta plaza fue quemada viva Juana de Arco en 1431, acusada de hereje, y hay una gran cruz que marca el lugar, la “Cruz de la Rehabilitación”, y un cartel en su recuerdo que indica dónde se situó la hoguera, Le Bucher. En esta misma plaza se encuentra la iglesia de Ste-Jeanne-d’Arc, una construcción de hormigón armado de 1979 que también “desentona” en el entorno de la plaza, y se pueden ver también los restos de la anterior iglesia, de St-Vincent, destruida por los bombardeos de 1944, cuyas vidrieras se muestran también en un lateral de la iglesia.

Esta plaza reúne restaurantes para comer o cenar y terrazas donde tomar una copa contemplando su agradable ambiente y la gran vida que tiene, algo que se observa en toda la ciudad, con el ir y venir continuo de ruaneses.

Y hasta aquí nuestro recorrido por Bretaña y Normandía, a la mañana siguiente madrugamos para dirigirnos al aeropuerto de Beauvois, en Paris, e iniciar el retorno.

Espero que el relato del viaje os haya resultado ameno e interesante y pueda ser útil si decidís conocer la zona.

Hay quien dice que cuando un viajero vuelve de un recorrido no es el mismo que marchó. En mi caso a este viaje le tengo un cariño especial porque me devolvió la pasión por viajar, que tuve abandonada durante algún tiempo por circunstancias personales, y también porque trajo muchos cambios a mi vida. Y por si fuera poco, a raíz de escribir sobre él en el blog que precedió a elviajeroaccidental.com que hoy conocéis, tiene mucha “culpa” de que hoy en día esté embarcada en esta aventura, no sólo yo sino varios integrantes de aquel grupo de viaje.

¡Nos veremos recreando el descubrimiento de otros destinos…! Hasta pronto.

Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

 

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