Este espectacular Parque Nacional se encuentra en el norte de Portugal. Se extiende por los municipios de Melgaço, Arcos de Valdevez, Ponte da Barca, Terras de Bouro y Montalegre. Es el único Parque Nacional de Portugal, si bien parques naturales y reservas hay muchas más.

Yo entré desde Arcos de Valdevez, pero antes el navegador del coche me llevó a una aldea muy pequeña, San Antonio de Mixoes da Serra, que está en medio de un monte precioso, del que llegué a pensar que no saldría nunca pero que me encantó. Hay que tener cuidado en la carretera porque es habitual el paso de vacas y caballos.

Una vez apagué el navegador, volvimos a Arcos de Valdevez y nos dirigimos al Parque Nacional de Peneda-Gerês.

La primera parada obligada es Soajo. En esta aldea de montaña existe en un mismo punto, en una “eira” de piedra, una gran concentración de hórreos. Es preciso aclarar que la palabra “eira” hace referencia a un terreno liso donde se ponen a secar y se trillan o desgranan las legumbres o cereales. En el caso de Soajo la eira es comunitaria, la comparten 24 hórreos, que en portugués se llaman “espigueiros”, dándose además la particularidad de que en esta localidad la “eira” la constituye una gran formación granítica. Los espigueiros más antiguos datan del siglo XVIII y algunos vecinos aún los usan.

Una vez visto Soaje, nos dirigimos al santuario de Nossa Senhora da Peneda. El entorno es espectacular, se sitúa en medio de un bosque montañoso, en la base de un gran peñasco. La iglesia, muy similar al Bom Jesús de Braga, no es especialmente singular, pero cuenta con una larga escalinata donde se ubican las veinte capillas.

 

Adentrándonos en el parque llegamos a Castro Laboreiro, aldea medieval perteneciente al ayuntamiento de Melgaço, donde nos espera un estupendo mirador ubicado entre dos restaurantes.

En este pueblo de montaña, situado a más de mil metros de altitud, se han mantenido intactas algunas costumbres debido a su aislamiento. Una de esas costumbres “as inverneiras” me recordó a “las mudas” pasiegas, que se producen en la montaña oriental de Cantabria, en el valle del Pas.

En las “inverneiras” las familias se trasladan con sus enseres, utensilios de labranza y animales a los valles donde tienen una segunda residencia que ocupan hasta la llegada de la primavera.

Castro Leboreiro dispone de dos hoteles y varios restaurantes, en los que se come genial, pero creo que se podía haber respetado más el entorno rural.

Cerca del mirador, hay colocado un cartel que señala, muy alegremente, “Castelo” y allá fuimos. Comenzamos a subir por un camino rocoso sin más indicación que la inicial y sin ver ningún rastro del castillo, el “camino imaginario” ofrece muchas posibilidades para que vayas hacia cualquier lado. En nuestro caso, por sentido común, siempre optamos por subir.

El castillo no aparecía por ningún lado, como en el inicio del camino había un cartel que indicaba que las ruinas se iban a restaurar, llegamos a pensar que algunos pequeños muros que fuimos encontrando constituían el supuesto castillo. De hecho, regresar al pueblo fue una opción que barajamos en varios momentos. Por fin, encontramos una barandilla metálica colocada en unos escalones de piedra muy desgastados y desde allí divisamos en lo alto lo que queda del castillo.

Al bajar usamos un camino mucho más fácil de seguir que te lleva de vuelta al centro del pueblo, desemboca entre dos casas. Creemos que ahí debería estar el cartel indicativo para subir al castillo. Se pasa entre las dos casas y cuando el camino bifurca, hay que ir a la derecha. El camino rural te lleva directamente a la base de las ruinas. Eso sí la caminata es larga hasta llegar a las arcadas del castillo conocidas como “Porta do Sapo”. La construcción data del siglo X pero fue abandonado en el S. XVIII.

Castro Leboreiro es famoso porque en su territorio hay muchos puentes medievales, pero de nuevo la señalización no es su fuerte.

Hay un puente en el propio pueblo, Ponte Vello, para encontrarlo tienes que buscar una barandilla desde la que se observan vistas panorámicas. A la derecha veréis el puente, que llama la atención por lo largo que es su arco que sobrevuela el río Leboreiro.

Antes de salir del Parque Nacional hicimos varios intentos fallidos de encontrar otros puentes. En varias ocasiones encontramos carteles indicativos que seguimos pero el puente no apareció.

¡Tendremos que volver! El parque natural lo merece…

Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

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