Su amarillo brillante, que se intensifica bajo las nubes, no pasa desapercibido y se extiende por el cielo de Belfast, al que dominan con seguridad. Estilizadas, recias e imponentes, se levantan de forma majestuosa, dejando el suelo a cien metros de distancia.

Son potentes, fornidas, capaces de levantar cargas de 840 toneladas. Así que resulta entendible que se decidiese bautizarlas echando mano de dos referencias bíblicas que representan la fuerza, el vigor, la altura, o la (casi) invencibilidad. Dos personajes que se consideran radiantes y poderosos. Samson y Goliath, Goliath y Samson. Son las grúas gemelas de Harland & Wolff.

Todo comenzó en 1861, cuando Edward Harland y Gustav Wolff decidieron fundar esta empresa y dedicarse a la construcción de barcos. Para ello adquirieron un pequeño astillero en Queen’s Island, que pronto iba a demostrar ser una buena inversión. Poco tiempo después, se habían convertido en los primeros empleadores de la ciudad. Su meteórico ascenso llamó la atención de la White Star Line, compañía naviera que peleaba con Union Castle, pero sobre todo, con la Cunard, por liderar el sector. Se estableció una alianza entre ambas. El contrato incluía una cláusula de exclusividad, que no permitía a H&W construir para la competencia.

Las ansias de grandeza y las ganas de superar a sus adversarios se tradujeron en un proyecto muy ambicioso: la construcción de los transatlánticos de la clase Olympic. Para ello fue necesario componer una gran infraestructura de andamios y grúas, conocida como el Pórtico Arrol, toda una obra maestra de la ingeniería. Serían un total de tres barcos, cuyos nombres debían de reflejar su gran importancia. Inspirados en la mitología griega, así nacieron el Olympic, el Titanic y el Gigantic. Se había gestado la leyenda.

El SS Nomadic, considerado “la hermana pequeña” del Titanic, era el transbordador del Olympic y el Titanic. Sirvió en las dos guerras mundiales, se usó como restaurante en París, y finalmente fue restaurado y adquirido por el gobierno norirlandés. Hoy es un barco museo, y la entrada está incluida con el ticket del Titanic Belfast.

De la mesa de dibujo, al trabajo infinito. Fueron 27 meses y 1.700 operarios los necesarios, pero aquello ya era una realidad. El Titanic había sido proyectado para ser el barco más grande y más lujoso del mundo, y desde luego cumplía con las expectativas. Podía dar cabida a 3.547 personas, y un pasaje de tercera clase podía rondar los 1.500€. Era todo lo que los dirigentes de H&W se habían imaginado, proyectado en una mole de hierro de 46.000 toneladas, pero que se movía como una bailarina por las aguas del océano. Una bailarina que iba a tropezar con un iceberg. Existencias truncadas, catástrofe y horror. El barco de los sueños se había convertido en el de las pesadillas.

El Titanic contaba con cuatro ascensores, biblioteca, un baño turco, una piscina interior, una pista de squash, dos peluquerías y un gimnasio. Estos señores se aseguraron de ello.

El famoso accidente en la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912, fue una dolorosa cura de humildad para Harland & Wolff, que decidió cambiar el nombre del tercer barco, por aquel entonces aún en la fase inicial de construcción. También sirvió para que se hicieran mejoras, como aumentar la capacidad y el número de botes salvavidas, la cobertura con doble fondo del buque, o el refuerzo de los compartimentos estancos. De poco sirvió, porque pocos años después, en 1916, el buque renombrado como Britannic corría la misma suerte que su archiconocido primo, y se hundía en el canal de Kea, en el Mar Egeo, tras la explosión de una mina.

Una terrible maldición parecía haberse cebado con Harland & Wolff y su socia, la White Star Line. La compañía naviera aguantó hasta el final de la Primera Guerra Mundial, cuando fue absorbida por su eterna competidora, la Cunard Line. Pero para H&W no fue el final, ni mucho menos. Durante la Gran Guerra, construyeron monitores y cruceros, y abrieron un nuevo astillero que estaría especializado en la producción masiva de buques. También pusieron en marcha una empresa filial que se dedicaría a la fabricación de aviones. La Segunda Guerra Mundial sería otro periodo de actividad incesante, por la gran demanda de construcción. De los astilleros de la empresa saldrían 6 portaaviones, 2 cruceros, componentes de tanques y más de un centenar de buques de guerra. A partir de ahí, la caída fue acusada, y la industria naval británica no volvió a ser la misma. El final de la década de los 60 fue especialmente duro. Fue en ese momento cuando Harland & Wolff decidió modernizar sus instalaciones y construir a Goliath y Samson.

Las antiguas oficinas de Harland & Wolff todavía están en pie y en muy buena forma. No hay forma de escaparse de las grúas. Siempre están al acecho.

Vistas como una señal de fe en el futuro y en una recuperación que nunca llegaría, las grúas fueron diseñadas a medida por Krupp Ardelt en 1969 y 1974. Desde entonces, se han convertido en un símbolo y en testimonio vivo de lo que ha supuesto el astillero para la ciudad. Parte esencial de la cultura y de la historia norirlandesa, Goliath y Samson son un monumento protegido de Belfast, y representan el declive de un sector que busca la manera de poder reinventarse. Ahora la actividad principal no es la construcción de grandes buques, sino los trabajos de ingeniería, diseño y reparación de naves.

La bienvenida al puerto de Belfast nos la da el Big Fish, nombre súper original para esta escultura con mosaicos de cerámica pintados que resumen la historia de la ciudad.

Estos gigantes amarillos forman parte del Titanic Quarter, un ambicioso proyecto de regeneración urbana que ha lavado la cara y engalanado a este antiguo espacio portuario. Allí se han ubicado monumentos, estudios de cine, apartamentos, escuelas y universidades, y un gigantesco museo dedicado al barco más famoso del mundo. El edificio es impresionante, y en palabras de sus arquitectos “la forma final abarca todo lo que lo precedió: cristal, iceberg, estrella y proa”.

Se barajó la uralita, pero al final se decidieron por 3.000 placas de aluminio anodizado. Además de sus múltiples simbolismos, los juegos lumínicos que produce la fachada son increíbles.

La idea creo que está clara. Que sintamos la misma admiración, el mismo asombro, la misma fascinación que aquellos que pudieron contemplar en directo el Titanic. El ticket no es barato (£21,50 o £17,00 para estudiantes), pero desde luego merece mucho la pena. Una inversión que garantiza horas de entretenimiento. No es como ser un pasajero de primera clase, pero casi…

¿A qué esperas para embarcar?

 

Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo. No tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”.

 

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