El Profesor Agustín Guimerá, con quien hemos conversado ya en varios de nuestros podcasts y nos ha hecho viajar de Pensacola a Samarkanda, comparte hoy con nosotros sus recuerdos de la etapa 1958-1970 en su colegio. Se trata del colegio La Salle San Ildefonso, en Santa Cruz de Tenerife. Y ha sido este confinamiento el que ha disparado esos recuerdos. Esta es su primera entrega.

 

Crónicas del búnker I - Diarios de la cuarentena

Agustín Guimerá

 

Crónicas del búnker I

Hoy me he acordado de nuestro profesor José Arturo Navarro Riaño, una persona inteligente, atildada, con su batín blanco como un querubín y sus comentarios socarrones.. defendía la monarquía en una época en que no estaba de moda. Llevaba un llavero esférico con el águila imperial bicéfala, y le entusiasmaba la genealogía y la historia de Canarias, y a los irlandeses como José Murphy. Montó un pequeño museo etnográfico en el primer piso del colegio, con un molino de mano, loza y algunas cosas más…

Pero el mejor regalo que me pudo hacer fue su Seminario de Estudios Canarios, en aquellos jueves libres de clases, invento del gran director Luis Medievilla. Los alumnos del seminario teníamos que hacer un trabajo sobre Canarias y elegí la Parroquia Matriz de Nuestra Señora de la Concepción.

Y, sin pretenderlo, descubrí mi vocación de historiador. Aquel templo rezuma pasado barroco y belleza por los cuatro costados: el retablo dorado del altar mayor con su Inmaculada, la capilla de la familia Carta de madera oscura y elegante, la tumba del general Gutiérrez con las banderas capturadas a las tropas de Nelson, la escultura del apóstol Santiago en su caballo blanco, la llamada Cruz de la Conquista, los altares de plata, la Virgen de la Consolación traída por el conquistador Alonso Fernández de Lugo, el imponente cuadro de las Ánimas con sus penitentes rezando entre las llamas… Ventanas de un mundo por descubrir. ¡Gracias, José Arturo!

 

Crónicas del búnker I – continuación

Anoche soñé que entraba de nuevo en la biblioteca del colegio, acompañado de Arturo Pareja. Corría el año setenta y estábamos en Preu. Buscábamos un libro recomendado por el Nepote en nuestra clase de griego, Las más bellas leyendas de la Antigüedad Clásica, escrito hacia 1840 por un tal Gustav Schwab, un sesudo escritor y pastor alemán. En él se narraban las venturas y desventuras de Aquiles, Héctor, Paris, Helena, Odiseo, Eneas, Prometeo… y tantos héroes míticos.

Desde quinto de bachillerato el hermano Félix nos había formado en la lengua griega, madre de nuestra civilización mediterránea. Tenía un método de estudio muy árido, pero sistemático. Y tuvo que aguantar con estoicismo, como buen discípulo de Zenón de Citio, las impertinencias de aquellos alumnos, encadenados como galeotes a los bancos de la clase.

Nunca fui un buen estudiante, pues estaba más interesado en los scouts y los caballos, compartiendo esta última afición con Arturo. Sin embargo, el libro de Schwab me abrió las puertas a un mundo de dioses, héroes y villanos: la Grecia antigua. ¡Una gozada! Descubrí más tarde a la novelista Yourcenar, que puso en boca del emperador Adriano una frase que llenó de significado mis lecturas de San Ildefonso: “Todo nuestro pensamiento acerca de la vida, la política, el arte, el amor, la guerra y la belleza… lo pensó un día un griego”.

Más aún, el Nepote se reveló como un maestro eficaz. ¡Había escrito nada menos que un excelente manual de griego para le editorial Bruño! Según me contaban, había sido el número uno de su promoción de clásicas en la Universidad Complutense. Así, después de haber sobrevivido a las tempestades en el “vinoso mar” de las declinaciones y verbos del griego antiguo durante dos largos años, arribé -como Odiseo a su Ítaca soñada- a una revelación que me conmovió: en la lectura de la Ilíada y la Odisea estaba conversado directamente, sin intermediarios, con Homero, un poeta de hacía dos mil ochocientos años. ¡El griego antiguo me recibía en su academia!

Siempre estaré agradecido al hermano Félix, un castellano de carácter adusto y alma de poeta-, que me hubiese enseñado con terquedad el griego, abriéndome las puertas al humanismo, del que venimos. Cuando lo visitamos en Griñón, ya anciano –“…te deseo una dulce vejez, venida del mar, sentado junto al hogar…”, rezaba su poeta favorito-, me confesaba que traducía un texto griego cada día, para mantener ágiles las neuronas.

Conseguí el libro de Schwab y lo tengo cerca de mí, como referente. Su figura rechoncha, con su boina y su libro de oraciones, camino de la capilla durante los recreos del colegio, quedará fija en mi memoria.
¡Gracias, Nepote!

Colegio San Ildefonso – Santa Cruz de Tenerife

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