Patrick Kavanagh, Oscar Wilde, Samuel Beckett, Anne Enright, Georges Bernard Shaw, WB Yeats y claro, James Joyce. La UNESCO tenía muchos argumentos, y de peso, para declarar a Dublín como Ciudad de la Literatura. Para sumergirte en este mundo, puedes realizar la ruta de los pubs literarios, si buscas un aprendizaje más práctico o visitar el Museo de Escritores, con un enfoque más didáctico. También puedes viajar en el tiempo a través de Sweny’s chemist, una inmersión en el pasado eduardiano de la ciudad del río Liffey.


En ‘Los comedores de loto’, a veces también traducido como ‘Lotófagos’, quinto episodio del Ulises de James Joyce, Leopold Bloom se detiene en una farmacia de Lincoln Place, la Sweny’s chemist, con la intención de encargar una crema facial para su mujer, Molly. Leopold ha olvidado la receta en sus otros pantalones, así que le pide al farmacéutico que busque la composición de la loción en el libro de recetas.

Ni me imagino el chollo que debe dar limpiar todas esas vitrinas…

 

Cuando el farmacéutico por fin localiza la fórmula, Bloom ya ha decidido que irá a los baños turcos de la esquina. Le dice al tendero que volverá más tarde a por la crema para su mujer, pero que de momento se lleva uno de los jabones a la venta, para usarlo en el hammam. El farmacéutico le dice que vale, que vuelva después y ya pague todo junto (lo cual nunca llega a suceder en la novela). Leopold se acerca el jabón a la nariz y lo describe con gusto como ‘dulce cera alimonada‘.

Es el año 1904 en el relato de Joyce, pero Leopold Bloom ya percibe la farmacia como una reliquia, como un elemento perteneciente a tiempos pasados. También comenta que ‘las farmacias raras veces cambian de lugar‘ ya que los recipientes verdes y dorados que contienen los remedios pesan mucho. Mientras el farmacéutico se afana por encontrar la lista de ingredientes de la crema en el libro de recetas, Bloom lo describe como una persona que parece ‘despedir un olor arenoso apergaminado, con el cráneo encogido y viejo‘. Reflexiona sobre cómo debe ser la vida y cómo cambia el carácter estando todo el día ‘entre hierbas, ungüentos y desinfectantes‘. Te lo has podido imaginar perfectamente, ¿verdad?

Sweny's chemist

Aclaración: La estantería Billy de IKEA no es de la época

 

Más de cien años después de esta transacción literaria, Sweny’s chemist no ha cambiado mucho. Hasta hace unos años fue una farmacia, pero ahora es un pequeño museo, aunque ni siquiera llega a ser eso. Es más un lugar conmemorativo, un santuario dedicado a James Joyce y su novela más universal. En él se celebran de manera regular sesiones de lectura en varios idiomas. Se ha convertido en uno de los lugares de culto para los turistas amantes de la lectura que visitan Dublín. Por un momento, puedes convertirte en Leopold Bloom. Puedes situarte en el mismo lugar exacto en el que el alter ego de Joyce intercambió impresiones con el farmacéutico el 16 de Junio del año 1904. Por supuesto, también puedes comprar una pastilla de ese jabón tan especial con aroma de limón.

Mmm…dulce cera alimonada

 

Este curioso lugar, que data de 1847, se ha ‘preservado mediante el abandono‘, según los propios voluntarios, para honrar a James Joyce. El propio escritor, se personó en 1904 en la farmacia y consultó varios detalles con Frederick William Sweny, de una manera hiper-meticulosa.

La Sweny’s chemist está a unos 40 metros del lugar dónde Nora Barnacle, la mujer de Joyce, le dejó plantado el 14 de junio de 1904. Dos días más tarde cedería a su persistencia. Ese día sería el que el escritor dublinés escogería como telón de fondo para su novela más famosa. Desde entonces, los irlandeses celebran el Bloomsday (juego de palabras con Doomsday), cada 16 de junio. Ese día, Sweny’s recauda más de 5000 € en jabón. Esta aportación es vital para la supervivencia del lugar, aunque sin la labor desinteresada de los voluntarios que abren y atienden la tienda, Sweny’s habría cerrado hace ya mucho tiempo.

 

Así que allí me fui, y accedí a la tienda con muchísima confianza. Era el único turista o curioso en ese momento. Mi ‘Good morning‘ fue demasiado poderoso y entusiasta, y enseguida me di cuenta de que debía de bajar la voz. Como me debieron de ver fascinado, aquel grupo de señoras y señores que estaba disfrutando del Ulises esa mañana interrumpió su concentración y empezó a analizarme con la mirada y sonreírme.

 

Me acerqué al mostrador, le pedí al señor que me explicase un poco lo que estaba viendo y le dije que por favor, me vendiese un par de pastillas de lemon soap.

 

Más tarde, en pleno proceso fotográfico, un señor que estaba a mi lado se levantó enérgicamente y empezó a declamar una parte de la novela. Tuvo mala suerte, porque gran parte del párrafo es en italiano. A pesar de que tuvo que luchar contra un idioma que se le resistía, me proporcionó un momento mágico, sólo para mí. Tan emocionado estaba yo, que me puse nervioso e hice el vídeo en vertical, algo imperdonable para un bloguero de viajes (aunque Instagram quiera llevarme la contraria).

 

Perdóname y recuerda, que los vídeos en vertical son dañinos para el organismo.

Nota del autor: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo. No tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

 

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