En nuestro viaje a Francia para conocer Bretaña y Normandía hicimos una parada previa el día de nuestra llegada para conocer Giverny, de la que os hablé en el artículo Giverny: el jardín de Monet. Pues bien, el segundo día, antes de adentrarnos en Bretaña, lo dedicamos a conocer el valle del Loira. Y de ese día es de lo que os quiero hablar hoy.

El domingo lo dedicamos a visitar los castillos de Chenonceau, Cheverny, Chambord y Amboise, distintos y cada uno con su encanto. Si bien por dentro pueden recordarnos las visitas a cualquier palacio de cualquier otro lugar, por fuera el conjunto de su arquitectura, sus jardines, sus fosos… me parecieron impresionantes. Los hay propiedad del Estado y otros de propiedad privada.

El castillo de Chenonceau

Fue el primero que visitamos, siguiendo el consejo de nuestro casero en el orden que nos recomendó porque así, si íbamos temprano a éste, que nos quedaba más cerca, podríamos visitar alguno tranquilamente, ya que no habrían llegado todavía los japoneses… Impresiona por estar construido sobre el río Cher, y por sus magníficos jardines. Es de estilo residencial, del siglo XVI, y está en manos privadas.

 

En su interior destaca su pinacoteca y su colección de tapices, a lo que se puede añadir los cuidados centros de flores y el encanto de algunas estancias.

 

Una vez visitado el castillo es muy agradable dar un paseo por los jardines y recorrer su fructífera huerta, cuidada de forma exquisita.

 

Desde Chenonceau nos fuimos a Cheverny, nuestro siguiente destino.

Castillo de Cheverny

El castillo de Cheverny, de estilo renacentista, es de propiedad privada. Llama la atención que en una de las alas sigue residiendo la familia propietaria. En su interior destaca el mobiliario.

 

Del exterior hay mucho con lo que quedarse, desde el parque del castillo, pasando por la exposición permanente “Los secretos de Moulinsart” basada en el hecho de que la fachada de este castillo inspiró a Hergé, creador de Tintín, para el dibujo de Moulinsart, hasta los perros de caza que poseen los propietarios… una simpática jauría que se vuelve loca con las caricias de sus dueños y que es un espectáculo contemplar. Se trata de unos noventa perros destinados a la montería.

 

Merece la pena darse una vuelta por la villa del mismo nombre. En nuestro caso aprovechamos para comer en ella.

 

Después de comer nos dirigimos a Chambord.

Castillo de Chambord.

 

El castillo de Chambord sólo lo contemplamos por fuera, pues nuestro objetivo era que nos diera tiempo a visitar el de Amboise, siguiendo las recomendaciones de nuestro casero. Impresiona por su sensación de solidez, pero me pareció un poco “mazacote”, para mí no ocuparía un lugar principal en el ranking.

 

Es el más grande de los castillos del Valle del Loira, que fueron declarados patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2000, y es propiedad del Estado.

Y como os decía, en este recorrido de un día nuestro objetivo final era el castillo de Amboise.

Castillo de Amboise

Me impresionó la vista desde sus jardines y terrazas, contemplando el Loira y los tejados de pizarra de las casa de la villa.

 

Para los más aventureros, como podéis ver en las fotos, ofrecen excursiones en globo aerostático para contemplar los castillos desde el aire…

El conjunto del castillo incluye la capilla de Saint-Hubert. Es una muestra del arte gótico flamígero, que alberga la tumba de Leonardo da Vinci, cuya última residencia se contempla también desde el castillo, la casa solariega de Clos-Lucé.

 

Este castillo me recordó desde el primer momento aquéllos que construíamos con el Exin Castillos de tu hermano mayor. Sus torres parecen la inspiración de aquéllas sin lugar a dudas. Soy consciente de que son detalles que al contarlos delatan una edad… pero los que conocisteis aquel juguete creo que me daréis la razón.

La villa también merece un paseo.

 

Como recompensa del guerrero, después de un día de visitas y descubrimientos de lugares estupendos, os recomiendo que crucéis el puente sobre el Loira. Allí podréis degustar una cerveza desde la terraza de alguno de los bares que hay en la otra orilla, contemplando el castillo mientras cae la tarde… porque merece la pena.

 

Nosotros optamos por Le Shaker, pero podéis probar otros porque las vistas son comunes y además están incluidas en la consumición.

Y desde ahí de regreso a Saint-Martin-le-Beau, dónde nos alojamos esa noche y la anterior. Es un pueblo situado en la región de Centro y distrito de Tours, en una casa rural llamada “Caves du Pigeonnier”. Entrañable nuestro casero y encantador cuando habla de sus viñedos y las costumbres de la zona. No podéis dejar de cenar en el restaurante que regenta su hija, al lado de la casa rural, Restaurant du Pigeonnier, un sitio acogedor y con buena comida.

 

Fue un día estupendo de principio a fin por el Valle del Loira.

Hasta la próxima, en que os contaré cómo nos adentramos en Bretaña.

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Nota del autor: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo y no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

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