Nuestro amigo Agustín Guimerá nos narra en estos Cuadernos de la Cuarentena cómo la reclusión le ha llevado a rememorar sus años de infancia y adolescencia. Sus amigos del colegio, sus profesores, de esos que no se olvidan. Aquí nos cuenta más sobre ello desde su querida Santa Cruz de Tenerife.
Crónicas del búnker
Jean Dekany, nuestro profesor de francés.
Otra gran figura de nuestro colegio de San Ildefonso fue “Monsieur” Dekany. Antes de su llegada, algunos hermanos lasalianos nos habían introducido en la lengua francesa, a través del método Perrier, de fama entonces. Pero en el curso preuniversitario apareció en escena Dekany. Era, por aquellos tiempos, profesor de francés en varios colegios religiosos de Santa Cruz. Su presencia en nuestras vidas fue edificante, siempre de buen humor y hablando de cosas lejanas a nuestro mundo, muy católico, como la elegancia de la seducción amorosa…¡La France, mon ami !
Ya teníamos base gramatical y vocabulario suficientes para adentrarnos en la literatura francesa, con textos de Molière, Racine, Corneille, Victor Hugo y autores contemporáneos, contenidos en el volumen de Perrier para estudiantes avanzados…La lengua y la literatura francesa entró en nuestra mente de una forma sutil y se quedó para siempre.
Luego vino la carrera universitaria y la necesidad de aprender inglés, quedando el francés en un segundo plano.
Mi oficio de historiador me obligaba a leer libros en los dos idiomas, pero el inglés era el lenguaje académico de moda, hablado y escrito. Mis estancias de investigación en Londres y Oxford para estudiar las relaciones hispano-británicas durante el siglo XVIII relegaron al francés a la gaveta más baja en el armario de mi mente.
Pero el tiempo dio la razón a Dekany y los hermanos de La Salle… veinticinco años después de haber dejado las aulas de San Ildefonso, tuve que dar una charla en la universidad de Burdeos y, la tarde anterior me avisan que tengo que impartirla en francés. Era la primera vez en mi vida que me enfrentaba a un reto así. Había que sacar todo del disco duro de la mente y las lecciones de Monsieur Dekany vinieron a ayudarme. Al día siguiente hablé y contesté a preguntas durante hora y media!..
Junto con la historia, el latín o el griego, la lengua francesa constituye un gran regalo que me proporcionó el colegio de La Salle.
¡Merci beaucoup !
Crónicas del búnker
Charlas con José Arturo Navarro Riaño.
Queridos compañeros de pupitre, está mañana hablé largamente con nuestro profesor José Arturo Navarro Riaño y lo encontré en plena forma a sus 83 años. Me divertí con su visión del mundo tan peculiar… Este año había tenido que cancelar su viaje a Sevilla, para disfrutar de su Semana Santa, como hacía desde años atrás. Allí disfrutaba no sólo de los pasos sino también de la misa temprana en la catedral, rodeado de los canónigos, o de la misa tridentina, en latín, en una pequeña iglesia hispalense.
Con su gracejo habitual, me contaba que, como caballero de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, había tomado posesión de su canonjía correspondiente en la Colegiata de Calatayud.
¡Por si las moscas, ya tenía redactada su esquela, para que sus sobrinos no se armasen un lío a la hora de escribir los títulos de las catorce condecoraciones recibidas a lo largo de su vida! Por supuesto, su funeral debía de ser como mandaban los cánones preconciliares: en latín, de negro y tres sacerdotes. Me confesaba su deseo de presentarse en el cielo ante la reina María Antonieta y el zar Nicolás, para que le contasen sus impresiones sobre sus respectivas muertes, pues los datos históricos eran poco explícitos…
Allí, en las estancias aristocráticas del cielo, confiaba conocer a algunos papas, reyes y cardenales que siempre había admirado (me temo que los va a tener a todos derechitos en cuestiones de protocolo). En resumidas cuentas, ha sido una charla de lo más entretenida (¡disculpa a este loro confinado, Agustín!)… que esperamos continuar en mi próxima visita a Tenerife.
No cabe duda de que José Arturo es una sabia combinación de científico y humanista. Conocía su afición a la historia. Ahora me transmitió su entusiasmo por las matemáticas y se extendió sobre las excelencias del número áureo…¡Ya me hubiera gustado haberlo tenido de profe en el bachillerato elemental! Las Mates nunca han sido mi fuerte…
Los números le llevaron al universo de la Grecia clásica, en donde hubiera querido vivir, disfrutando de las enseñanzas de los filósofos y geómetras griegos en el ágora ateniense. De la Ática viajó luego en su relato a la Biblioteca de Alejandría. ¡Cuánto le hubiera gustado explorar sus anaqueles!
“Mira, Agustín, el ser humano ha cometido disparates y la destrucción de esa biblioteca es uno de ellos”… De pronto, su elegante dicción y su evocación del pasado helenístico me recordó a Cavafis, el gran poeta alejandrino. José Arturo tendía un puente cultural con Egipto desde unas islas donde alguna leyenda había situado las Hespérides, allá en los confines del mundo antiguo, donde un dragón custodiaba el árbol de las manzanas de oro. Nuestros años en San Ildefonso están llenos de relatos de titanes, como aquel día en que José Arturo fue testigo de la visita del padre Julián, de la competencia escolapia, otro coco en lenguas clásicas, al hermano Félix en el colegio lasaliano, manteniendo una conversación en…¡griego clásico!
“¡No te olvides, Agustín, de leer el Salmo 91 en estos tiempos de pandemia! (y se lanzaba a recitarlo)… Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora…”
Su vocación docente le vino dada por su madre, Pilar Riaño, “maestra nacional”, como le gustaba afirmar con orgullo, nada de “profesora de EGB”… Era una mujer echada palante, pues debía sacar a sus dos hijos por su cuenta, en ausencia de su marido que, como buen ingeniero militar, estaba siempre de viaje, construyendo fortificaciones y demás obras defensivas. Se preocupó por aplicar métodos modernos de enseñanza como Montessori y otros. José Arturo aprendió mucho de ella…En sus nueve años de profesor en San Ildefonso llevó siempre corbata, por respeto a los alumnos, a quienes trataba de usted. Pronto cambió la chaqueta por la bata blanca, para salvarla de la tiza de la pizarra en clase. Otro profesor, Miguel Melián le imitó y las batas blancas eran un buen contraste con las sotanas de los a”reverendos hermanos” en el colegio. Los de Letras les teníamos “pelusa” y pensamos alguna vez imponer la toga a nuestros profesores, para hacerles la competencia….
Daba Matemáticas, Física, Química y Ciencias Naturales en quinto y sexto de bachillerato, además de Historia del Arte. Alentó siempre a sus alumnos con chascarrillos como “usted, Julio, ha hecho un buen examen de química; le nombro pues Alquimista de la Corte”. Otro adelantado en este terreno era el hermano Augusto, que inducía a la emulación en clase, dando puntos y rangos navales a los más aventajados.
Como el hermano Félix, el ya citado helenista y latinista, se preparaba bien las clases, por respeto a sus alumnos. Incluso cuando tuvo que dar Historia del Arte se costeó de su bolsillo dispositivas de los cuadros más famosos y animaba a sus pupilos a razonar frente a un lienzo de Rubens o Rafael, atendiendo a las características de cada escuela y maestro…nada de memorización sino de comprensión.
En aquellos años sesenta su magisterio y simpatía dejaron una gran huella en nuestros corazones. Gracias.
¡Loor! ¡Salud! ¡Honor!
Más de Agustín Guimerá en el Viajero Accidental
Deja tu comentario