Fecha última actualización 19/06/2024 por El Viajero Accidental

Sigo con el relato de nuestras peripecias por Bretaña y Normandia. Cerraba el artículo anterior utilizando la “disputa” entre normandos y bretones sobre Mont-Saint-Michel para enlazar ambas regiones, aludiendo al viejo dicho local de que “Le Couesnon dans sa folie mît le mont en Normandie” (El Couesnon en su locura puso el monte en Normandía).

Esta idea popular viene alimentada por la leyenda según la cual el río Couesnon fluyó repentinamente en el siglo XV al oeste del monte y lo hizo pasar a Normandía, al marcar en ese momento la frontera entre ambas regiones; ahora la frontera se sitúa a algunos kilómetros al oeste de este río.

Un día más sobre las 8 de la mañana nos pusimos en ruta. En el mes de octubre los días son más cortos y había que aprovechar. Así que continuamos nuestro roadtrip poniendo rumbo a Mont-Saint-Michel, que era para varios de nosotros uno de los puntos estrella del viaje.

Mont Saint Michel

Se trata de una pequeña isla rocosa del estuario del río Couesnon, situada en la región de Normandía, en el cantón de Pontorson y en el departamento de La Mancha. En 1862 fue declarado monumento histórico y desde 1979 forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO. Es una magnífica realización de la Edad Media y resulta impresionante descubrir la ciudad medieval y la abadía del Mont-Saint-Michel. El conjunto está declarado como “un gran sitio de Francia”. Victor Hugo dijo de este lugar que “es para Francia lo que la Gran Pirámide es para Egipto”.

Vista desde Saint Michel

 

Las mareas de hasta 14,5 km. de altura, dos veces al día, lo convirtieron en una frontera inexpugnable. En nuestro caso lo visitamos con marea baja, pero no renuncio a repetir visita y hacerlo con el tiempo suficiente para contemplar todo el proceso de la pleamar. No debemos olvidar que estamos hablando de las mayores mareas de Europa. Si la gente que viene del Mediterráneo a Galicia “alucina” con las mareas, en Bretaña y Normandía se quedará atónita.

Cuando lo visitamos en octubre de 2014 aún no se habían finalizado las obras para eliminar los sedimentos que habían llegado a modificar los flujos marinos en la bahía, y que se habían acumulado como consecuencia de la construcción en 1800 de un dique “insumergible” para acceder continuamente. En el proyecto, iniciado en 2005, se pretendía devolver la insularidad al monte, y se ha finalizado con éxito en 2015, ya que sucede durante unas horas con las grandes mareas. Se ha limpiado el entorno, se ha construido una presa para regular las aguas del río Couesnon, y la carretera-dique se ha reemplazado por un puente-pasarela, que al subir la marea crea el efecto de andar sobre el mar. Lo que sí utilizamos ya, fueron los aparcamientos (de pago) para los visitantes, a unos 2,5 km de Saint Michel “intramuros”, para luego acceder a pie o en transporte organizado y gratuito, que te deja a unos 400 metros de las murallas y permite así dejar el camino libre para contemplar unas vistas despejadas del monte y la bahía.

De no haber hecho nada, Mont Saint-Michel en el 2040 habría estado rodeado de praderas.

Llegando a Saint Michel

 

Os recomiendo hacer como nosotros y realizar uno de los recorridos andando… en nuestro caso fuimos en la lanzadera que sale desde estos nuevos aparcamientos y regresamos caminando, alrededor de media hora. Resulta muy agradable y permite mirar a tu espalda de vez en cuando y grabar de nuevo en tu cabeza la majestuosidad del monte y lo mucho que impresiona la intrincada ubicación de la abadía sobre las rocas.

Una vez que llegas al monte comienza el disfrute del paseo por las murallas y por las calles escarpadas. Recomiendo unas 3 horas para una visita tranquila desde que se llega a la ciudad “intramuros”.

El único punto de acceso es a través de 3 puertas fortificadas, una por cada cinturón de la muralla. La primera es la “porte de L’Avancée”, que precede a un patio fortificado en el que se encuentra el “Cuerpo de guardia de los Burgueses” (siglo XVI) que alberga la oficina de turismo, y por el que llegaremos a la segunda puerta, Porte du Boulevard, que da otro pequeño patio desde el cual atravesaremos ya la tercera puerta, “tour du Roi” (siglo XV), con sus matacanes (parte voladiza de las fortificaciones) y su rastrillo (reja) perfectamente conservados. Y una vez que pasamos por ella nos encontramos con la “Grand-Rue”, la calle principal, sinuosa y estrecha, con preciosas casas del siglo XV y XVI en ambos lados, llena de tiendas, cafés y restaurantes.

Debéis visitar la Abadía, y puede parecer obvio, pero lo digo porque he leído en más de un sitio que un alto porcentaje de los visitantes se limitan a contemplar el monte o recorrer la muralla. Sus terrazas, su claustro y sus salas merecen el coste de la entrada, y el recorrido es fácil de realizar con el folleto que proporcionan al comprar el ticket.

La Abadía se erige sobre un promontorio de granito, de 80 m. de altura y en una circunferencia cercana a 1 km. Rodeada de estructuras defensivas y una muralla escarpada, de ahí en gran parte, su espectacularidad.

En su conjunto, la Abadía es un completo panorama arquitectónico medieval del siglo XI al siglo XVI. La visita se realiza por plantas, a través de un laberinto de corredores y escaleras. Al final de la Grand-Rue se inicia la subida por la escalinata del Grand Degré, que te llevará hasta la terraza de Saut-Gaultier (el salto de Gaultier). Desde aquí tendremos vistas hacia el sur, hacia tierra firme.

La terraza occidental ofrece unas magníficas vistas de la bahía desde Cancale, al oeste, (Bretaña) hasta los acantilados normandos al este. Y si alzamos la vista, por encima de nosotros, contemplaremos la torre sobre el crucero con la aguja neogótica coronada por una estatua de cobre del arcángel San Miguel.

La iglesia abacial está situada a 80 m. sobre el nivel del mar y tiene 80 m. de longitud. El ábside es espectacular con su “muestrario” de contrafuertes, pináculos, arbotantes… y no dejéis de fijaros en el contraste entre la nave románica, oscura y austera, y el presbiterio gótico, luminoso y señorial.

 

La abadía de Saint Michel está formada realmente por dos partes: la iglesia de la abadía y la “Marvelle”, que es la zona que habitaban los monjes, y que se divide en la parte oriental y la occidental.

Por otra parte, el edificio de “La Merveille” (La Maravilla) está situado al norte de la iglesia de la abadía formado por las edificaciones góticas, con aspecto de fortaleza, que ocupan las 3 plantas de la cara norte y que no se divisan cuando contemplamos el monte desde el continente. En lo alto de La Merveille está el claustro, como perfecta guinda con arcadas muy trabajadas y ornamentadas con formas vegetales, humanas y animales. Desde allí pudimos comprobar qué difícil es llevar a cabo trabajos de restauración en este conjunto… los materiales llegan en helicóptero. Y claro, pensándolo bien es la única manera de acceder con cierta carga. Este medio se utilizó también para colocar en su día la estatua del arcángel San Miguel en la punta de la aguja.

 

En el refectorio, bajo el claustro, la luz entra por aberturas estrechas y muy altas. Era dónde comían los monjes benedictinos.

 

No quiero aburriros con una enumeración de salas y lugares que ver, porque realmente todo merece la pena, desde la Cripta de los Grandes Pilares pasando por la Sala de los Caballeros (nuevamente en La Maravilla) hasta la “Gran Rueda”, que se construyó en el siglo XIX cuando era prisión (lo fue durante los siglos XVIII y XIX), y movida por cinco o seis prisioneros servía para izar provisiones y materiales.

Después de visitar la abadía, conviene poner el remate al recorrido con un paseo por el camino de ronda, sobre la muralla y los bastiones, construidos entre los siglos XIII y XV, disfrutando de las impresionantes vistas de la bahía y de todas las edificaciones encaramadas a la roca.

Y si regresáis andando hasta el aparcamiento, no olvidéis giraros de vez en cuando para echar un último vistazo…

Impresionante Saint Michel

Granville

Nuestro siguiente destino fue Granville, pueblo costero de la bahía del Mont Saint-Michel, siguiendo en Normandía, y en este caso en la parte oeste del departamento de La Mancha, y en el cantón al que esta localidad da su nombre.

Si bien antiguamente se dedicaba a la captura de bacalao y sus barcos partían a los bancos de Terranova, hoy es un importante motor económico para la región por ser el primer puerto pesquero de Francia en la captura de moluscos, y vive también del puerto comercial con rutas hacia las islas de Chausey y Jersey, y del turismo, al haberse convertido en un lugar de moda.

Os recomiendo hacer una parada en la parte alta de la ciudad para contemplar el mar, y nuevamente el fenómeno de las mareas de esta zona. Su centro histórico se aloja en un promontorio rocoso protegido del mar, rodeado de una muralla reconstruida en el siglo XVIII y se mantienen construcciones de bloques de granito de los siglos XVI y XVII y palacetes del siglo XVIII. Debido a su orografía se conoce con el apelativo de “la Mónaco del Norte”.

El principal acceso a la ciudad fortificada es la Grande Porte, y en la vista de la ciudad destaca la iglesia de Notre-Dame que se construyó entre 1440 y 1767, y que a pesar de su lenta construcción mantiene homogeneidad, y la Villa Les Rhumbs, interesante ejemplo de arquitectura “balnearia” perteneciente a la familiar Dior y que acoge el museo del diseñador.

 

Merece la pena acercarse hasta “Pointe du Roc”, la punta extrema del promontorio, desde donde se contempla el faro de 1827, y las trincheras y posiciones militares construidas para proteger el puerto durante la II Guerra Mundial.

Cancale

De regreso a Saint-Malo decidimos ir por la costa y hacer una parada en Cancale, de nuevo ya en Bretaña y en el departamento de Ille-et-Vilane, y en su puerto conocido como “La Houle” que conserva su antiguo aspecto con sus casas viejas, sus carretillas con ostras y el animado ambiente que se produce al regresar los barcos. Actualmente Cancale no destaca sólo como puerto pesquero sino que es muy célebre por sus criaderos de ostras “plates y creuses” disponibles para su degustación a cualquier hora del día en los acogedores restaurantes del puerto.

 

En esta entrega nos despedimos de Bretaña ya que al día siguiente partimos definitivamente hacia Normandía. Me encantó Bretaña y no me defraudó a pesar de las altas expectativas que llevaba. Eso sí, he de reconocer que Normandía me sorprendió porque no esperaba tanto… ¡En breve os cuento!

 

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