Ian Fleming escribe Casino Royale en 1953 y crea un estilo de novela de espionaje. Al tiempo crea por supuesto a James Bond.


Esta primera novela de Fleming es admirable por lo esquemática. Siendo el propio Fleming miembro de los servicios secretos británicos durante los años 30 y 40, no es extraño que su visión inicial del mundo del espionaje refleje la Guerra Fría. Los “malos” provienen de la Unión Soviética, con posterioridad el mundo de Fleming se irá poblando de otros tipos de villanos.

Fleming es directo en su prosa, poniendo especial cuidado en crear un personaje único, James Bond. En Casino Royale Bond no es la máquina fría que muchas veces el cine muestra con cierta torpeza. Fleming le dota ya de todas esas virtudes cuasi sobrehumanas que le caracterizan, de su virilidad explosiva y el gusto por el buen vivir. Pero también le muestra humano, dubitativo en cuestiones sentimentales e incluso vulnerable, incapaz de ver el peligro en las personas cercanas.

Fleming crea un mundo personal, en el que mezcla el lujo, el riesgo, cierta admiración por la tecnología y dosis de crueldad bien administradas. El escenario está descrito con habilidad, resaltando el contraste entre el villano (Le Chiffre, un agente del SMERSH soviético) y un entorno de lujo en el que sobresalen casinos, sofisticadas comidas y coches de lujo. Por cierto, Bond no conduce el legendario Aston Martin, sino un Bentley. Otro cambio seguramente introducido por la industria del cine.

A partir de Casino Royale Fleming desarrolla uno de los personajes, y estilos, más conocidos de la literatura.

Esta reseña está publicada en El Libro Durmiente.

Nota del autor: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

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