Al sur de Alemania, perteneciendo a la ciudad de Constanza, nos encontramos con una isla bordeada por el Lago Constanza a la que se puede acceder a través de un puente. De hecho, puedes ir desde el centro de la ciudad a través de la red de autobuses urbanos. Se trata de uno de los mejores jardines botánicos del mundo.

Regresando de un viaje por la Selva Negra, paramos en la ciudad de Constanza, coincidiendo con la Fiesta Nacional de Alemania, y aprovechamos para visitar Mainau. Esta isla se encuentra en la parte noroccidental del Lago Constanza, conocida como Lago de Überlingen. Si bien la mejor época para visitarla es primavera, conocerla en plena fiesta nacional también tuvo su encanto y resultó muy divertido.

Aquí puedes ver su situación en Google Maps: https://goo.gl/maps/AMfgrCYxukN2

La historia de la isla nos habla de los romanos, de la existencia de un monasterio benedictino, de la ocupación por la Orden de los Caballeros Teutónicos, que construyeron el castillo, hoy palacio, en el que viven los propietarios de la isla.

La isla fue pasando por distintas manos. En el siglo XIX fue adquirida por el Gran Duque Federico I de Baden como residencia de verano e inició el diseño del jardín botánico actual, del que aún se conserva su rosaleda con más de 20.000 rosas de 1200 especies, y plantó los primeros cítricos. Su  hija, Victoria de Baden se casó con el heredero de Suecia y Noruega, de manera que, por acuerdo entre los reyes de Suecia y Baden,  la isla pasó a ser de propiedad sueca.

En los años treinta del siglo XX,  el conde Lennart Bernadotte, miembro de la familia real de Suecia y nieto de Victoria de Baden, recibió la isla como indemnización al marcharse de Suecia tras perder su título nobiliario como consecuencia de su matrimonio con una burguesa. En Mainau se encontró con unas 45 hectáreas asilvestradas que empezó a convertir en jardines. Poco antes de iniciarse la II Guerra Mundial dejó la isla hasta 1946. En este intervalo Mainau fue hospital militar y estuvo ocupada por los franceses. Al finalizar la guerra Lennart Bernadotte regresó para finalizar la creación de su jardín botánico y establecerse de nuevo en la isla en la que residió hasta su muerte en 2004. Hoy lo gestiona la fundación que lleva el nombre del conde, creada por la familia.

En el momento actual, la isla es un centro turístico muy importante en el área, con más de un millón de visitantes al año. Es un conjunto protegido y una parte de la isla ha sido declarada como espacio cultural de especial importancia.

Nosotros llegamos a Mainau temprano, dejando nuestro vehículo alquilado antes de entrar en la isla, nos apetecía recorrerla andando. No hay problema para aparcar, existe suficiente espacio en una arboleda. Hay que pagar entrada, unos 18 euros por adulto, durante el periodo floral – finales de marzo hasta finales de octubre-, si bien en invierno las entradas son mucho más baratas.

Y poniéndonos ya a pasear por la isla hemos de decir que se encuentra protegida por los Alpes, lo que junto con su microclima mediterráneo posibilita unas condiciones de humedad y temperatura ideales para el jardín.

Una de las primeras cosas que llama la atención por su belleza es la escalera italiana o cascada de agua y flores, y las coníferas y secuoyas gigantes.

Dependiendo de la época te sorprenderá una floración u otra. Por ejemplo en el mes de mayo puedes ver más de 250 especies de rododendros y azaleas. En nuestro caso, que fuimos en octubre, pudimos ver un perfecto muestrario de dalias y unas esculturas de animales hechas con flores que te sorprendían por varios sitios.

La variedad de dalias que puedes contemplar entre septiembre y octubre es increíble, estamos hablando de 20000 plantas de 1200 clases diferentes. Cuando paseas por la isla entiendes a la perfección por qué tiene el sobrenombre de “la isla de las flores”.

La rosaleda, de la que ya os he hablado merece un paseo con calma, al igual que los distintos macizos florales, y la avenida de secuoyas espectaculares. Hay más de 500 especies distintas de coníferas y caducifolias.

Lo que hay que tener claro es que no debéis ir con prisas, ya que se necesitan varias horas para poder ver todo con tranquilidad, que el precio de la entrada merece la pena y que si vais a primera hora de la mañana conoceréis una isla más tranquila. Os recuerdo que estamos hablando de 45 hectáreas y que se puede visitar el castillo y la iglesia barroca, y otras instalaciones como  el invernadero, la Casa de las Mariposas y si vais con niños una zona de juegos que incluye incluso un tren de juguete.

En el invernadero encontramos más de 30 especies diferentes de palmeras conviviendo con pavos, papagayos y otras aves exóticas, junto con cítricos de latitudes más cálidas.

Nos encantó también una colección de más de 3000 orquídeas.

Si necesitáis hacer un pequeño descanso hay restaurantes y cafeterías con muy buena oferta gastronómica. De hecho, mientras yo aprovechaba para seguir empapándome del jardín y coger ideas, algunos de mis compañeros de viaje degustaron un trozo de la famosa “Selva Negra” en el Schlosscafe .

Aparte de los ingresos por el turismo, actualmente la familia Bernadotte ofrece la iglesia para la celebración de bodas y las instalaciones para llevar a cabo congresos, exposiciones y seminarios. Reciben algunas críticas de los ecologistas por haber optado por el merchandising para costear los gastos de mantenimiento.

No quiero finalizar el artículo sin mencionar que Leonard Bernadotte presentó la Carta Verde de Mainau en 1961 con recomendaciones para preservar la naturaleza y el medio ambiente y que fue el precursor de la reunión de los Premios Nobel cada año en el palacio barroco de esta isla.

Un lujo de isla que os recomiendo de verdad.

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Nota del autor: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

 

 

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