Hace  tiempo me decidí a emprender las vacaciones veraniegas en Andalucía, me pasé un mes de camping en camping. Fue entonces cuando conocí Córdoba, y no me gustó. Tuvo que pasar un tiempo para que yo comprendiese que no había visto Córdoba.

A lo largo de los años leyendo novelas como  El Mozárabe – Jesús Sánchez Adalid-,  El viaje de la Reina -Ángeles de Irisarri-  o La mano de Fátima – Ildefonso Falcones- me fue quedando  claro que yo no la supe ver. En este viaje, del que os voy a hablar hoy, puse todo mi interés en conocerla.

Después de refrescar la memoria, volviendo a  leer el libro de Antonio Muñoz Molina, Córdoba de los Omeyas, comencé a planificar mi viaje y a buscar en Booking un hotel céntrico que me permitiese callejear y empaparme de su sabor, aprovechando además para conocer  la fiesta de los patios (primera quincena de mayo).

PRIMER DÍA

Llegué a Córdoba en el AVE.

Trás instalarme en el hotel NH Collection Amistad Córdoba, al salir por su puerta trasera, que está en plena muralla, pude ya comenzar a sentir que esta vez Córdoba me iba a conquistar.

Me dirigí al Barrio de los Toreros con la intención de visitar los patios más alejados de la zona de la mezquita. De camino me encontré con un templo romano conviviendo con el moderno edificio que acoge al ayuntamiento,  los dos edificios compartiendo espacio y terrazas. Los restos del templo romano fueron descubiertos en torno a 1950 durante la ampliación del ayuntamiento, y en ese momento estaba en marcha el proyecto de su puesta en valor.

 

Y de repente a mi espalda la Iglesia de San Pablo con su portada barroca en la calle Capitulares por la que se accede a la iglesia propiamente dicha.

 

Seguí caminando por la calle Alfaros y contemplé la escalinata de la Cuesta del Bailío, con sus escalones de suelo achinado y sus maravillosas buganvillas colgando de los muros que la delimitan.

 

Al llegar a la Puerta del Rincón me encontré el Monumento a los Cuidadores de los Patios, inaugurado en abril de 2014, justo antes de Los Patios de ese año, reconociendo la importancia de esta figura para hacer posible esa fiesta. Fue diseñado por José Manuel Belmonte. Es una escultura de bronce, que representa a una muchacha portando la caña y con el cubo a los pies, y en la pared están colocadas las macetas como si de un patio se tratase.

Y así, callejeando llegué a los patios de la ruta de Santa Marina y San  Agustín que  son impresionantes, como lo es todo el barrio de los Toreros con la plaza del Conde del Priego, donde está la estatua dedicada a Manolete, la Iglesia de Santa Marina de Aguas Santas y, siguiendo por la calle de Santa Isabel, el palacio de Viana con sus doce patios.

 

Ya al caer la tarde, de camino hacia el Paseo de la Ribera nos encontramos la Iglesia de San Francisco, que perteneció al convento San Pedro el real, cuyo claustro hoy nos recibe abierto ya que solo conserva dos de sus antiguas galerías, convirtiéndose así en un espacio abierto al uso vecinal.

 

Luego callejeamos por la Axerquía. En la época árabe Córdoba disponía de una zona noble, amurallada, la Medina, y de barrios fuera del recinto, la Axerquía, que hoy  invita al paseo contemplativo ya que está llena de rincones atractivos y, si te acercas al río, de restaurantes para viajeros accidentales.

En esa primera noche optamos por cenar en La Taberna El Paseo ubicada en la Plaza Cruz del Rastro, de la cual destacaríamos sólo su ubicación. Un lugar para turistas sin nada que llame especialmente la atención en su carta.

Para rematar el día, de regreso, y ya al lado del hotel nos pareció muy agradable una terraza situada en la Calleja de La Luna. Así que decidimos pararnos a disfrutar un rato de la agradable temperatura nocturna en la terraza de La Taberna La Luna de la Carbonería.

SEGUNDO DIA

Al día siguiente, tras un buen desayuno cordobés, nos esperaba la zona de La Medina, por eso madrugamos. Lo principal era visitar la Mezquita. Nos llamó la  atención la actitud poco acogedora de los empleados de la mezquita, quizás saturados de la multitud de turistas.

Tras atravesar el Patio de los Naranjos, el bosque de columnas del interior de la Mezquita nos impactó, y enseguida comenzamos a pasear por el laberinto. A pesar de recibir muchos viajeros, las dimensiones del lugar permiten que la visita resulte agradable. Resulta asombroso contemplar la  doble arcada construida sobre las columnas de una antigua iglesia  visigoda dándole así altura y majestuosidad al templo. Además los arcos fueron construidos alternando dos materiales en sus dovelas, piedra blanca y ladrillo, lo que ha dotado a la Mezquita de una imagen tan característica que permite identificarla sin dudar.

 

En la visita a la Mezquita te percatas de los distintos procesos constructivos de los que fue objeto. El recinto inicial fue construido por Abderraman I y ampliado por sus sucesores. Así, su hijo Alhakem II en su ampliación mandó construir un lucernario muy vistoso.

 

Lo mismo hizo Almanzor continúo alargando la Mezquita, pero en la zona construida bajo su mandato te quedas  con la impresión de que para él lo importante era la cantidad porque la calidad es evidente que no, en los arcos se observa claramente que no hay alternancia de materiales, todas las piezas de las dovelas son de piedra caliza blanca, si bien las rojas están pintadas de almagra.

Impacta ver cómo los cristianos con el permiso del emperador consiguieron construir la  Catedral dentro de la Mezquita.

 

Da la sensación de que cada gobernante quería dejar su sello para la Historia.

Las calles que rodean a la mezquita son merecedoras de la curiosidad del viajeroaccidental, debemos poner interés en encontrar dos de ellas: calle del pañuelo y calleja de las flores, pero todas son dignas de ver. La verdad es que Córdoba es una ciudad agradecida con todo lo que la representa… te encuentras hasta una calleja dedicada al salmorejo. Y que conste que no me extraña porque con ese calor y estando bien preparado, resulta una delicia.

En la calle del Pañuelo

Después, siguiendo el consejo de un cordobés nos acercamos hasta el callejón Hoguera, dónde nos dijo que algo nos sorprendería. Y efectivamente, nos encontramos la Mezquita de los Andaluces, de la que no habíamos oído hablar. Se trata de un pequeño oratorio en el edificio de la Universidad Islámica Averroes.

 

Tras el ajetreo necesitábamos un tiempo para reponernos, así que nos dirigimos a una zona próxima a la ronda del Guadalquivir, donde la proximidad del río resulta muy agradable y además existen muchos locales para disfrutar y refrescarse. Ya en esa zona, y después de reponer fuerzas, aprovechamos para pasear por el puente romano, llegar hasta la Torre de La Calahorra, construida con fines defensivos y sobre cuyos orígenes existe controversia, y de paso ver el Arco del Triunfo.

 

Caminando por las rondas del Guadalquivir, nos encontramos con una noria de agua, conocida como Rueda de la Albolafia, que se utilizaba  para regar las huertas, y que aparece en el escudo de Córdoba.

 

Pronto llegamos a los Alcázares de los Reyes Cristianos.

Esta fortaleza merece una visita, en ella se alojaban los reyes cuando estaban en la ciudad, allí estuvieron años los reyes católicos cuando asediaban Granada, también allí Cristóbal Colón solicitó los dineros necesarios para su empresa de descubrir una nueva ruta a las Indias, y en ella nacieron reyes y reinas… Como toda Córdoba, el edificio ha ido  pasando de mano en mano: los romanos, musulmanes, cristianos… Me atrevo a deciros que subáis a la Torre del Homenaje, no son muchas escaleras, y permite una bonita vista panorámica de la ciudad y que paseéis por sus hermosos y refrescantes jardines.

Y de camino a la Axerquía nos encontramos con la Plaza del Potro, llamada así no se sabe bien por qué, hay quien dice que en ese lugar se vendía ganado,  otros que su nombre deriva del potro que tiene su fuente central, algunos cuentan que había un mesón allí con ese nombre … ¡quien sabe!

La plaza fue originariamente concebida como un espacio cerrado pero posteriormente fue necesario derribar uno de los laterales para facilitar la travesía al río. La fuente es una preciosidad, de planta octogonal y con el potro presidiendo en su centro. Originariamente no estaba colocada allí, sino que fue traslada de su ubicación a orillas del Guadalquivir. De esta plaza cabe destacar que fue mencionada por Cervantes en el Quijote, ya que la familia del escritor provenía de la ciudad y él, al parecer, pasó temporadas allí. La plaza conserva un sabor medieval que te transporta a otros tiempos y transmite tranquilidad.

Para cenar nos habían recomendado acercanos a la zona de la plaza de la Corredera. Es una zona con muchos lugares para picotear y cenar.

Plaza de la Corredera

 

Allí antes de ir a cenar nos tomamos un fino en La Cazuela de la Espartería, os lo recomiendo. Y buen consejo fue el que nos dieron al decirnos que cenáramos,  en Casa Salinas. Riquísimas las naranjas picás con bacalao, el picadillo cordobés que es una ensalada típica de verano con productos de la huerta, el flamenquín… todo con muy buena relación calidad-precio y en un lugar acogedor, con un servicio muy agradable.

 

Para rematar el día tomamos un rico gin-tonic en El Sojo Ribera contemplando las vistas del Guadalquivir de noche.

… y de momento hasta aquí puedo escribir. En breve os seguiré contando el resto de mi idilio con Córdoba.

Nota de la autora: “No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente”

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